“ La cosa me parece, que es una cuestión de dignidad enajenada”.

No entiendo como me han privado el derecho a la palabra. Me tienen aquí, entre medio de la miseria humana tratando de sobrevivir.
No esperaba otra cosa que ocurriera. He golpeado cientos de puertas sin poder abrirlas. He gritado y proclamado los derechos de todos. He resistido al abandono. He caminado por lugares intransitables. He gritado, vociferado, transitado, golpeado, resistido y aquí estoy.

Sólo me comunico con mis otros semejantes, con golpecitos. No podemos hablar, nos han cortado la libertad de expresarnos.
Camino entre cuatro paredes. Me golpeo los hombros, la cabeza, las rodillas. El espacio es muy chico. No tengo luz natural ni artificial.
Con una piedrita marco los días en la pared. Escucho gritos afuera. Golpes que aterran. Vociferan palabras que no entiendo. Quiero escapar.
Todos los días alguien me deja comida. No tengo hambre. No es ese el alimento que necesito. La humedad me hiela los huesos. Respiro incertidumbre. Abandono.
Puedo pensar . Puedo sentir.
Escucho pasos. Perdí noción del tiempo. Un rayo de luz lastima mis retinas.
Trato de levantarme, pero vuelvo a caerme. Alguien me toma del brazo y me ayuda.
Un aleteo incesante escuchan mis oídos. No logro ver.
Sigo golpeando con mi puño tratando de comunicarme. Pero alguien me arrastra y no me deja. Me llevan al patio de los condenados. Hay una muchedumbre que estalla al verme pasar.
Quiero gritar, pero mi grito se cristaliza en mi garganta.
Hace frío. Mucho frío. Tiemblo sin poder detenerme.
Un zumbido infernal en mis oídos no me deja en paz.
Un cachetazo me sacude. Una veta de sangre tiñe la palma de mi mano.
No entiendo que pasa. No escucho. Me asfixio. Abro los ojos. Veo mi sombra. Sólo eso.
Y me voy.