El enamorado y la muerte (parte segunda)




Creía haber hecho todo bien, había logrado despistar a la muerte, pero estaba ciego, ésta sólo le daba tiempo para darle una lección, sus palabras habían sido certeras y la nueva mujer que en sus sueños el hombre amaba no era más que la propia Ludmila. Era el alma de su amada que con urgencia lo llamaba.

Frías noches transcurrieron y la tormenta arrastrole hasta una orilla. Raudo iba el hombre sin nada más que su amor y sus pasos reflejos que cruzaban pueblos y lugares que ya no existen. Era ciego y no caía en cuenta que pasaban los días y las noches y él volvía en el tiempo. Las gentes extrañas, ahora reales, con asombro miraban su aspecto, sus dientes blancos y perfectos, sus vestidos imposibles. Jamás reparó que el destino o lo que fuera lo llevaba a siglos pretéritos a juntarse con su amada.

De niña ella podía mirar al cielo y saber lo que ocurriría el día siguiente. Siendo ya una mujer, deseada por no pocos nobles, aquellos más valientes que añoraban un imposible de amor, descubrió que su amor era también de esta forma. Una noche el cielo le había dicho que su corazón alcanzaría a amar mas a su amor jamás tendría con ella. Así vivió su vida desesperanzada y deprimida, y por mas que sus padres le rogaban no salía de su habitación en un segundo piso de un elegante castillo. Pero aquella noche de invierno salió con el pretexto de pasear por los hermosos bosques de su pueblo y jamás se supo de ella.

La bella doncella no había sido olvidada y el enamorado llegó a su pueblo y a su casa.

- ¡Ábreme la puerta Ludmila ábreme la puerta mi vida!

Ludmila confundiendo su voz con la de cualquiera otro noble le respondió:
- ¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?; mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.

Desesperado porque la muerte rondaba gritó el hombre: - ¡Si no me abres esta noche ya no me abrirás amada mía; La muerte me está buscando y junto a ti vida sería!

La doncella supo entonces de quién se trataba asomose entonces por el balcón y tras la mirada de ambos el amor sucedió entre dos amantes ausentes.

El hombre en su sueño logró llegar hasta la misteriosa mujer que amaba y al reconocer en ella a la misma Ludmila cayó en llanto y no volvió a despertar.

Vestida de blanco y de hermosura inefable Ludmila veía el cielo cubierto por un manto de estrellas y mientras caminaba se paseó en frente tranquila una fugaz estrella, más brillante que todas las demás. Consciente de su destino y conquistada por la pena cayó de rodillas, y sus ojos de esperanza se destiñeron para siempre en aquella solitaria noche.

Llorando, desde lo alto del balcón la doncella rogó a su enamorado que subiera hasta ella, sin hacer caso a su revelado destino.


- ¡Arrojaré mis sedas para que subas arriba, si ellas no alcanzaren mis trenzas añadiría!

El enamorado sube sintiendo su corazón martillearle el pecho más fuerte que nunca. La fina seda se rompe; La muerte allí venía.

Ahora es Ludmila quien camina por pueblos y ciudades de nuestros días. Aunque llegase al pueblo y a la cabaña a su enamorado difunto vería.



* Basado en el poema anónimo del mismo nombre.