¿ Se puede acabar algo que nunca ha empezado? Es como si te doliese una parte de tu cuerpo que nunca has tenido. Quizá como cuando te despiertas de un sueño, en el que llevabas una vida maravillosa, ... claro, de sueño. El aturdimiento pasa rápido, pero esas décimas de segundo que dura el darse cuenta de que vuelves al mundo real consiguen tensar toda tu espina dorsal.
Pero ahora ya está, el sol se ha puesto y el bosque ha ardido. No queda nada, solo la noche, con una luna aséptica, y en la tierra solo hay, eso, tierra. Arena fina que cubre toda la superficie, como si de una moqueta se tratase, arena gris y amarga. Ya no hay lugar para los miedos, para las noches frías añorando unos brazos cálidos, para las lágrimas de “dime que me quieres”. Posiblemente sea el vacío lo que más duele, porque no lo ves ni sabes de donde viene, sólo que no está.
Sigo mi camino, pegándole patadas a las piedras para que me hagan pensar en cualquier cosa. Coleccionando estrellas fugaces, hasta que encuentre a otro ángel que me haga olvidar, de la pasión de la fugacidad.
Pero el camino no parece duro, simplemente llano, antes era más difícil pero más intenso. ¿Otro reto? Quizá cuando muera la esperanza de que vuelva, la esperanza tonta de que sienta mi ausencia.
Una nube, parece que va a llover; esta noche me mojaré.
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