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Inicio / Cuenteros Locales / AnaCecilia / Una cita del pasado

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Alma había sido mi amiga de toda la vida, cincuenta años nos aferraban al conocimiento mutuo de todos los rincones. Las primeras salidas, amistades y maridos, habitaban ese encanto que da el tiempo, al filtrarse con las horas. Yo había conocido a mi esposo, de las manos de mi amiga en el hospital de la ciudad; ella, en el fragor de las clases literarias; y ambas habíamos enviudado hace un par de años atrás. La ancianidad rozaba nuestra piel que se amparaba en un frescor adolescente, entre risotadas de asombro, murmullos indiscretos y momentos de felicidad. La vida nos juntaba nuevamente cada semana, cuando Alma venía desde un pueblo cercano a visitarme. Allí las tardes se acostaban en un latir de recuerdos que cruzaban el límite real, dentro de una confitería céntrica o dando vueltas en el coche. Mis ojos habían agonizado una parálisis reciente, la cual había dejado casi atrás con mi tesón; mientras los suyos, amanecían nuevamente en un oleaje de afectividad. Se había vuelto a encontrar con el profesor Emilio, de la cátedra de letras. Su esbelta figura imponía un respeto sepulcral, en la sinfonía de sus clases universitarias; delgado, entrecano, setentón, con la suficiencia de quien sabe lo que quiere, pero no encuentra donde depositar el resultado. Alma lo había amado desde joven, aunque también sufrido en demasía, cuando su matrimonio fracasó a causa de esta relación. Pero nunca el reflejo de la piel había tocado la tersura de su cuerpo, quizás por la severa sociedad reinante, o tal vez solo por el miedo. Pero la cita ya estaba dada, él la pasaría a buscar a las diez por la puerta de su casa. Los nervios habían influenciado en mí, con una risa que se incrementaba en carcajadas, con el paso de las horas; en ella en cambio, la serenidad se había depositado íntegramente. La ayudé con el maquillaje y los vestidos, el celeste siempre le había sentado bien y a manera de cábala, le presté un chal haciendo juego. Sus pupilas relucientes destellaban ese aleteo de amor, que alguna vez hemos vivido; y a la hora puntual, el carruaje estacionaba frente a la ventana. A manera de galán maduro, su cuerpo lucía un traje oscuro de otras épocas, amoldado en una talla actual, lentes plata que le asomaban de su pelo casi blanco, y un ramo de rosas en su mano. Los ecos de mi risa se expandieron en el living, al verlo llegar, hacía tantos años..., casi treinta; Alma me tironeó del brazo como una chiquilina inquieta: - ¡No vuelvas a reírte así de él!, no quiero volverlo a perder.
Y el frescor de sus ojos se perdió con el oleaje de los labios, atrapada en la nostalgia de un adiós pasado que se iba diluyendo con la noche.

Al día siguiente la curiosidad sobrepasaba mi reposo y sin más, llamé a su teléfono. Una voz varonil me atendió; sentí que mis entrañas se agitaban dentro de un fuego ácido, mientras aferraba la mano en mi boca, para no delatar mis risotadas; al fin habían pasado la noche juntos - pensé - Sin embargo, el auricular siguió con su monólogo académico: - ¿Quién habla? ; ¿Está usted sordo? ; ¿Pasa las horas dedicado a este tipo de estupideces? ; ¡Hola! ; ¿Está usted ahí?...

Ana Cecilia.

Texto agregado el 13-01-2003, y leído por 551 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-01-2003 Muy humano el relato Ana. No se bién que quiero decir con esto, pero es bueno. Me refiero a que no parece ficción. Seudonimo
14-01-2003 UN curioso relato bajo para tus posibilidades segun mi punto de vista. Besos gatelgto
13-01-2003 Y yo que creo que para mí ya es demasiado tarde. Qué buena historia gustavoandres
 
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