Lo cierto es que supongo que la causa de la desgana de mi medianía es sencillamente que no hay otra mitad para completar, es decir, que tu, siempre tu, viniste, jugaste, miraste, sonreíste, y marchaste robándome lo que con tanto esfuerzo había recuperado en tantas mañanas de auto-motivaciones y olvidos. Cada noche duermo con el puño cerrado por si apareces como antes, para no dejar que te marches lejos, o por si tengo que golpear la mesa antes de que sea tarde, o por si hay algo que todavía se pueda hacer...
El verte no me disgustó. Es más, sentí un enorme alivio al ver que tu risa navegaba durante la noche con la mía, al sentir la misma lluvia que mojaba tu rostro, al verme reflejado en tus ojos. ¿Sabes?, no te puedo culpar de nada. Me advertiste que esto podía ocurrir y aún así preferí escuchar tus palabras de pequeña esperanza, aún sabiendo que mi corazón no entendería de pequeñeces y haría de ellas motivo más que suficiente para soñar por varios días. Incluso lo más insignificante de mi se removió cuando me dijiste que te cuestionas tu decisión, ¿pero en qué medida? Supongo que en la medida que un niño se cuestiona si debe o no comer un quinto pastel que no será sino el anterior a un sexto que no tardará en llegar. Una duda con la respuesta incorporada, y más si los dos sabemos que los brazos que ahora te dan calor son, al fin y al cabo, los brazos que siempre deseaste, y yo, no por falta de ganas, no soy en tu vida nada comparable a ellos.
¿Pero entonces cómo quieres que no viva cada día esperando noticias? La indecisión del que sabe que no será amado si lo intenta ser, la duda del que se sabe importante pero no principal, el agrio sabor del vencido, una vela consumida en cada amanecer se levanta de mi lecho, y deja tras de si el rastro de cera de noches en blanco paseando por Madrid... ó simplemente ser lo que ahora soy, la mitad de lo que pude ser, vagabundo en estos días que te echan de menos.
Es curioso sentir que la distancia que antes nos separó, al desaparecer, nos ha alejado.
Incoherencias aparte, tu venida a la capital me crea dudas de mi mismo, de qué buscar, si lo que siento o lo que sé, aunque lo cierto sea que sé a ciencia cierta que siento tu ausencia como si la mitad de mi yo cada mañana, permaneciera en mi cama a oscuras esperándote.
Muero por momentos, por momentos como los del sábado, y sólo por momentos así reviviré.
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