Qué nostálgico Día de Muertos, cuando hace apenas un mes que adquiriste tal condición. Como cada año, en el domingo más cercano al día exacto, tu casa fue el sitio de reunión para la gran comida familiar. Desde el adiós no había yo visitado tus lugares, donde repartías alegría y consejo.
Alegando necesidad de espacio para recorrer las mesas alineadas, nadie cuestionó que tu lugar en la cabecera quedara en apariencia vacío. La pasamos bien, ya sabes cómo son esas reuniones y cuánto las disfrutabas. Por cierto, la bebé de Paty debe nacer en estos días… tendrás ya seis bisnietos.
Cumplimos también uno de los objetivos de ese almuerzo, que es determinar por azar y en secreto quién le regalará a quién en la cena de Noche Buena.
Después del postre, fortalecido por la animada sobremesa, me aventuré a tu cuarto. No te preocupes, estuve muy tranquilo, redescubriendo con los ojos tus cosas. Así encontré la cama donde ya no lees el periódico antes de dormir la siesta; el buró con el teléfono y tu despertador, que hoy son un par de desempleados; por ahí el último libro que te regalé… pero siempre hay algo que nos hace recordar con más claridad a una persona: sobre el tocador de tu esposa que hace años te antecedió en el viaje, estaban asentados tus lentes, como si recién te los hubieras quitado para ir a bañarte.
Tu nieto mayor… o tu hijo más pequeño, como solías presentarme en broma a tus pacientes cuando te acompañaba a dar consultas a domicilio después de la comida, buen médico de la vieja guardia. Un par de lágrimas felices dan fe de lo orgulloso que me siento de que tú, Abuelo, seas mi abuelo.
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