Muchos, como yo, debemos nuestras carreras a los famosos bailes en el Club Universitario.
La entrada:
Para poder entrar era necesario presentar la libreta con el sello del último censo realizado, y para poseerla hacía falta rendir al menos un par de materias de vez en cuando. Las mujeres (siempre más astutas) entraban gratis y sin requisitos.
Los inútiles esfuerzos por burlar los controles nos llevaron desde el cambio de fotografías en libretas baqueteadas, hasta la utilización de sellos apócrifos y ejercicios de alpinismo de alta sofisticación.
Había quienes contaban de la existencia de una libreta “maestra”, que permitía el acceso a cualquiera que la portara.
El ardid se descubrió la noche en que los colimbas del V cuerpo se entraron a pasar la libreta por la ventana y el salón se llenó de cabezas peladitas con dudosa preparación pedagógica. La libreta fue destruida y los soldados echados a patadas en el culo. Nunca hay que abusar de la suerte.
El Ruso logró conquistar luego de grandes esfuerzos a la encargada de colocar los sellos. Todos los demás tuvimos que estudiar.
Las mejores noches eran las de la llamada “Semana del estudiante”, un rejunte de deporte, arte y descontrol que duraba unos 10 días durante la primavera.
Podría decirse que una vez atravesadas sus puertas se ingresaba a un mundo paralelo y que las leyes que lo gobernaban solamente se terminaban de entender el día que se lo pisaba por última vez.
Pistas:
Los lugares para bailar estaban organizados en cuatro pistas. Las vivencias en cada una diferían según el DJ que estuviera a cargo esa noche.
Cómo éstos tomaban sus lugares al azar, y rotaban sin previo aviso, nadie podía saber de antemano en que pista se encontraba, ni que tipo de música se escucharía en el siguiente tema.
En la pista de la soledad cada uno escuchaba las canciones que deseaba en el preciso instante en que la pisaba.
En un primer momento cualquiera podría suponer que ésta era la mejor de todas, sin embargo a poco de comenzado el baile comenzaba a sentirse la tristeza de no compartir.
Mientras alguien bailaba con euforia “los redondos”, su compañera se mecía al ritmo de un bolero cantado por Luis Miguel.
Lentamente todos dejaban la danza y comenzaban a acodarse en las barras.
En la del embrujo las parejas se enamoraban sin remedio, y cualquier paso en falso era disimulado por toda la concurrencia.
La de la monotonía imbuía de un estado casi vegetativo, sostenido por una música tecno cuyos temas parecían ser siempre el mismo, eterno, circular.
Finalmente, en la del descontrol, la música de “nueve semanas y media” marcaba el comienzo del desparpajo, con prendas íntimas volando por los aires y gestos obscenos a los mirones de turno.
Podrá aquí el lector avezado imaginar que hacia el final de la noche y casi sin darse cuenta, la mayoría gastaba las pistas de la monotonía y la soledad, para sucumbir, una vez más, irremediablemente en las barras.
Frases:
El Ganso Otero fue el primero que mencionó la “Teoría de los 15 segundos”.
Así, una vez cara a cara con la dama objeto de nuestros desvelos, había un lapso de tiempo extremadamente corto para soltar la frase que nos llevaría a la gloria, o nos convertiría en los idiotas más absolutos.
Una frase equivocada era imposible de remontar, ellas casi nunca escuchaban la siguiente.
Después de algún tiempo aprendimos a relacionar las frases exitosas con el aspecto físico y la vestimenta de la mujer en cuestión.
El ruso no avalaba esta teoría. En la barra se acercaba a la chica más bonita y calladamente le sonreía. Le iba mejor que a nosotros.
Demasiado tarde aprendí que hay palabras que conquistarían a cualquier mujer.
El precio de pronunciarlas es altísimo.
Gg.
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