Paulatinamente,
me he vaciado
como si fuese una vivienda
abandonada
a la que le arrancaron
el tapiz,
los adornos
y los utensilios
como quien le arranca
el alma
a un cristiano.
Mis ojos son
dos ventanas herrumbrosas
sin el calor suave
de la mañana
ni una cortina
que cubra su nostalgia,
mi voz es un sórdido
ruido de metales,
un tejado
desprendiéndose de a poco,
quejidos que
resuenan amortiguados,
heridos en su propia
inutilidad.
Mis brazos inertes y yermos
son la imagen
de un jardín estéril
y se hunden tristemente
a mis costados,
ni una brizna,
ni un rayo de sol
que insufle vida
a sus movimientos.
Mi ser es la esencia
de lo deshabitado,
faltan correteos
de niños y
brisas jugueteando
en los caminillos,
ruido de vajillas,
cantares,
mi pensamiento
se adormece y resbala
convertido en polvo
que cubre la desolación,
las habitaciones
están en penumbras
mis pensamientos
cuelgan de telarañas
mi confianza
es una puerta cerrada,
mi boca mustia
la cautelan gélidos cerrojos,
es noche, es silencio,
todo me desasosiega,
inquietud dibujándose
negra entre las sombras
que trepan por los muros
como hiedras enlutadas.
Soy un hogar vacío
que aguarda
la voz vigorosa
del capataz
que ordenará que me conviertan
en escombros,
ese será mi fin
cuando desprendiéndome
de larvas y gusanos
seré espíritu incierto
trepando en la arquitectura luctuosa
del olvido más insigne,
de la noche más oscura…
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