Los domingos pueden ser muy deprimentes. Observo esta oscura tarde de domingo el repiqueteo de las gotas de lluvia contra los cristales de mi terraza mientras observo el mar, y me pregunto que estarás haciendo en este preciso momento. Cada minuto que pasa, cada minuto que estas lejos de mí, es un minuto agónico, enfermizo, que no hace más que reforzarme en la convicción de que necesito estar a tu lado. No sé como ha podido ocurrir, pero has descentrado todo un Universo que había edificado a mi alrededor con tan solo una sonrisa. El tiempo se detuvo aquella primera noche en la que acaricié tu pelo y me perdí en la profundidad de tus ojos, y desde entonces envejecer no es más que un sueño glorioso, siempre y cuando pueda envejecer a tu lado.
Me esfuerzo en comprender que es lo que nos ha ocurrido, pero cuanto más lo hago, mas increíble me parece. Tras caer en el profundo pozo de la soledad una vez más, apareciste tú, como salida de uno de mis sueños más intensos, para salvarme de aquel cruel destino que escribía con las afiladas uñas del destino. Y lo hiciste para mostrarme un mundo muy diferente al que yo solía observar oculto bajo mis oscuras gafas de sol. Mis ojos vidriosos se han vuelto a acostumbrar a la luz del solo gracias a ti, y todo cobra sentido cuando susurras en mi oído las mas hermosas palabras que nadie podría imaginar: te quiero.
Nunca hubiera podido imaginarme aquel día que nos encontramos que pudiera pasar algo así. Yo tocaba en el paseo de la playa, intentando ahuyentar algunos de mis fantasmas gracias a la música, y tú decidiste pararte a escuchar mis lamentos, ocultos bajo las dulces notas de las canciones más tristes. Decidiste pararte en realidad para curar mis heridas y enseñarme a sonreír de nuevo. Y ahora podemos sonreír ambos, porque el destino ha decidido unirnos al fin, después de océanos de tiempo de búsquedas y fracasos.
Y ahora comparto contigo mi alma. Las largas noches abrazados, compartiendo nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestros temores, hasta que los rayos de sol invaden la habitación y nos descubren abrazados, observándonos mientras nuestras almas dialogan entre ellas. Las preciosas cenas de pareja, a la tenue luz de unas velas, observando en tus ojos un torrente de emociones que quisieras expresar y que, pese a no poder hacerlo mediante palabras, lo haces con el leve susurro de un suspiro, o la hermosa fuerza de tu mirada. Los largos paseos a la orilla del mar, mientras las olas susurran nuestro nombre al romper, envidiosas de un sentimiento tan grande que son incapaces de erosionar. Las noches estrelladas, mirando el firmamento y preguntándonos de cual de aquellos lejanos puntos brillantes habríamos caído, convencidos de que estamos en un mundo que no es el nuestro, un mundo que no es capaz de entendernos, y al que no obstante, no nos queda más remedio que llamar hogar.
Los domingos pueden ser muy deprimentes, es cierto. Pero siempre que tu imagen reaparece en mi cabeza, una sonrisa se escabulle fugazmente entre mis labios, y toda la oscuridad se convierte en un acogedor lecho nocturno en el que poder soñarte. Y aún sigo soñándote cada noche, ansioso de poder convertir ese sueño en realidad, y que llegué de nuevo el día en el que pueda volver a verte, abrazarte y expresarte de mil millones de maneras diferentes una única realidad, que te quiero.
|