Ha caído el silencio de la noche
no se escucha de las aves el trinar
hombres y niños con los ojos velados
murmuran silenciosos ¡murió el General!
Te saqué de tu casa, padre mío,
acosado por la fiebre y tu enfermedad
y regreso contigo entre mortajas
y sumido en una triste soledad.
Hecho ya hombre y padre de familia
miro con nostalgia el pasado a tu lado
veo años de hermoso realismo
veo ejemplos que son todo un legado.
Me llevaste de la mano en mi infancia
guiaste mis pasos con honestidad,
me mostraste lo bueno y lo malo de la vida,
me enseñaste lo que era virilidad.
Cuantas veces estuvimos juntos,
caminando por verdes potreros
mientras contemplaba admirado y sereno
caer las aves por tus disparos certeros.
Otras veces pasábamos días enteros
frente a las verdes aguas de un lago
mientras los peces picaban el anzuelo
conversábamos tantas cosas que no he olvidado.
Miro también otra época ida
y hago con ella un poco de historia
y entre mis primeros años
algo se me viene a la memoria.
Te veo orgulloso con tu uniforme,
ese uniforme que tan dignamente llevaste
y que con tu corrección y deber diste
un ejemplo incomparable.
Lebu, Talca y Linares
te vieron por sus calles pasar,
también Santiago y Valparaíso
te sintieron en tus rondas caminar.
Y fué por el año cuarenta y uno,
siendo ya un joven General
cuando Antofagasta te vió partir,
llamado prematuramente a jubilar.
Después vino el sosiego
en las verdes campiñas de Linares
y durante diez años tranquilos,
vivimos por aquellos lares.
Pero el tiempo inexorable
hizo los años pasar,
y uno a uno, tus hijos salieron
a otras ciudades a estudiar.
Yo de aquellos, fui el último,
que un día debió zarpar,
quizás por aventura,
quizás por un llamado del mar.
También yo vestí uniforme
y entré a la Escuela Naval
y llevado por tu digno ejemplo
supe muchos triunfos ganar.
Quedaste con Mamá allá, solos,
y ningún hijo a quien mimar
y un día cualquiera de otoño,
quisieron Linares abandonar.
Así tomaron los bártulos
y Villa Alemana los vió llegar
y en una quinta trepida de follaje,
encontraron sosiego y tranquilidad.
Pasaron años de inmensa alegría,
mientras veían la familia aumentar,
y eran los hijos de tus hijos,
los que corrían en un continuo jugar.
Pero el destino es inexorable
y el tiempo debió continuar,
mientras los nietos crecían
el invierno de sus vidas los sintio llegar.
Primero fué mi madre
la que de nuestro lado partió,
dejando la casa sola,
porque Dios a su lado llamó.
Recuerdo que aquel día,
el viejo roble se derrumbó,
tu cuerpo siempre ergido
por el dolor, se quebró.
Siempre fuiste, padre mío,
algo frío e indiferente,
pero aquel día doloroso,
las lágrimas de tus ojos cayeron.
El Cuerpo de Carabineros siente hoy día
una pérdida irreparable,
porque se ha ido un digno General,
porque se ha ido un hombre admirable.
Recuerdo que siendo aún niño,
mi madre una noche me contó
un pasaje de tu vida agitada
y que mi corazón de orgullo se llenó.
Cuentan que allá en el Norte Grande,
mientras hacías una visita de inspección,
llegaste hasta un lugar perdido en las sierras,
mientras el Sargento te esperaba con su pelotón;
al recibir los honores de ordenza,
de pronto, la comitiva se paralogizó,
ya que el General olvidando su rango,
con el Sargento, en un abrazo se confundió.
Fué el llamado de la sangre
era tu hermano mayor,
quien en esos momentos encontrabas,
era mi Tío Ramón.
Tú fuiste también padre mío
amigo de las letras y la poesía,
ayuda a mi mano en estos momentos
a gritar al mundo entero, tu valía.
Ha caído el silencio de la noche,
no se escucha de los pájaros el trinar,
algún día nos encontraremos,
¡adiós Padre mío! ¡Adiós mi General!
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