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“…how many special people change, how many lives are living strange…”

La conoció en un curso de verano que tomó por la desesperación que le provocaba estar solo, se llamaba Verónica, era pelirroja, alta, delgada, de pómulos hundidos, un ser extraño y de repente no bello en toda la ampliación de la palabra, pero desde el momento que la vio sabía que era una persona muy especial, intercambiaba su atención entre la clase (la cual no era mucha, no le interesaba lo que estaban tratando de enseñarle) y el contemplarla
Vacilaba, la veía sola en los recreos, él también estaba solo, pero nunca se le acercó, sabía que sus habilidades para conversar con otras personas no eran tan grandes, no tenía esa extraña cualidad de los que pueden hablar de la nada misma y entretenerse haciéndolo
Podemos decir que era un ser impaciente, era directo, cuando tomaba una decisión la ponía en práctica sin más, sin pensarlo dos veces, pero con Verónica todo era diferente: no sabía que hacer ante aquel ser maravilloso que en ningún momento había mostrado algún interés por él, ni siquiera se puede decir que lo haya notado.
El tiempo pasaba, el verano y su calor sofocante que hace sentir vivos a la mayoría (la muerte es fría, se imaginan todos, aunque uno nunca está más despierto que cuando está pasando frío), las clases terminarían pronto, habían sido una total pérdida de tiempo, en ningún momento se interesó por las clases, se sentaba en el fondo de la clase y dibujaba, de algún modo, el estar cerca de gente, aunque éstos no se le acercaran ni le hablaran, era para él reconfortante.
Se acercó a ella y le preguntó la hora, no tenía reloj, no sabiendo qué hacer, decidió pedirle un cigarrillo, ella le contestó que no fumaba y comenzó a hablarle de lo perjudicial que resultaba fumar, él la escuchaba hablar pero escuchaba su voz por encima de las palabras, veía en su voz algo perfecto que iba más allá de lo que dijera, se disculpó y se fue.
Verónica a partir de aquel día comenzó a sentarse en el fondo, para estar al lado de él, no se hablaban, se tenían cerca, ni una mirada cómplice, ni una risita conjunta, ni un buenos días, simplemente se sentían cerca.
Años más tarde se enteró de que ella no se sentía cómoda al lado de las personas, por eso prefería sentirse sola, el acto de estar solo tenía algo de solemne, algo de perfecto, y que con él, fue una excepción.
No sabe cómo se enteró de esto, ya no se acuerda, fue hace tanto tiempo.
Hoy tiene 60 años, buscó a Verónica un par de años, siempre volvía a buscarla cuando la vida de jugaba malas pasadas. Una tarde de abril, con 40 años de vida encima, se enteró quién sabe por quién de que había una Verónica que concordaba con las ideas que él tenía sobre ella, que podía ser ella, entonces la fue a ver.
Se le presentó a esa mujer como aquel chico con el que compartió un curso de verano hace ya muchos años, la mujer lo quedó mirando, él supo que era ella en el instante que vio ese brillo particular y único de aquellos ojos, la mujer le dijo que no lo conocía y le cerró la puerta.
Nunca supo porqué esa Verónica le dijo que no lo conocía tan secamente, aunque sí, cree que tiene una idea, cree que la entiende, conoce a su Verónica, ese amor perfecto de la adolescencia era mejor conservarlo como tal, como lo perfecto que fue, y lo imperfecto que pudo ser.
A veces no son necesarios grandes momentos, y a veces, solo a veces, no son necesarias las palabras.

Texto agregado el 30-10-2005, y leído por 160 visitantes. (0 votos)


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