El ruido de una moneda que cae por la ranura de la máquina. El ruido de muchas monedas que tintinean en el vaso de plástico blanco que tengo en la mano.
El ruido de mi corazón latiendo ansioso, que casi está por salirse de la garganta.
El ruido de las demás respiraciones a la espera de encontrar el oasis en el desierto.
¿Sabrá esta máquina que la siento como una extensión de mi cuerpo? Sin ella, no vivo; sin el ruido, no vivo.
Una cereza, un corazón, un barco.
Una cereza, un corazón, una cereza.
Una cereza, una cereza, una cereza.
Caen las monedas en cascadas, rebalsan, hacen ruido, respiran por mí, que estoy sin aire. Un muchacho se acerca solícito y me pregunta si necesito ayuda. Le pregunto qué pasó, estoy algo mareada, debe ser el humo. Me levanta de la banqueta y me lleva a un sillón verde. El ruido, le digo. No escucho el ruido.
Me dice que gané, que va a traerme las monedas. No entiendo. ¿Qué es ganar? Yo solo hago esto por el ruido.
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