Nubes de nostalgia habitaban mi rostro cansado, no había sonrisas en mi mirada, sólo sombras amargas cubrían mis ojos. Un vacío extenuante se apoderaba lentamente de mi alma, de mi cuerpo y hasta de mi pensamiento. Por mi mente agotada cruzaban tan solo imágenes grises, sin vida, hasta el punto de que hubiera querido pararla, detener el pensamiento, la palabra, la voz, buscar tan sólo el silencio. Pronunciar una palabra, escribir una línea, tratar de esbozar una sonrisa se convertía en un esfuerzo supremo que ni mi corazón ni mi razón parecían dispuestos a intentar. Una sombra fatigada y fatigante se movía en torno a mí como si fuera a envolverme y llevarme con ella. No opuse resistencia, no había fuerza en mí para ello, ni voluntad ni aliento.
Con tristeza comprobé tus esfuerzos amantes por arrancarme de esa sima profunda, intentaste sonrisas, palabras hermosas, sueños, recuerdos, silencios cargados de luz y presencia. Como ausente, los veía yo llegar a través de la noche y perderse en un cielo sin estrellas, sin luna, un cielo atormentado en su soledad. Y de nuevo apareciste con tu sonrisa anhelante, tus besos cargados de promesas, tus sueños esperanzados, tus caricias luminosas y tus palabras pobladas de estrellas. Lo intentaste de nuevo, luchaste contra esa muralla indolente de mi tristeza, te tomaste un respiro y regresaste de nuevo feroz en tu lucha, dispuesto a arrancar ese velo imposible de absurdo desasosiego que cubría mi ausencia de luz. Como un poderoso ariete en brutal arremetida trataste de nuevo de derrumbar el muro de mi tristeza vacía.
Se movieron las paredes de mi alma, un dolor penetrante recorrió el camino de mi soledad hasta abrirle la puerta a tu llamada. Como de un bosque lejano llegaron a los oídos de mi corazón sonidos de árboles frondosos, eran tus palabras que convertidas en viento trataban de abrirse camino a través de mis silencios. Cerré los ojos, abrí mi alma y supe que habías llegado a ella después de un recorrido infinito por la noche de mis pensamientos, por la senda solitaria de mi vacío, por el desierto incesante de mi sangre. Exhaustos de tanta lucha, cansados de tanta tristeza, mis lágrimas fluyeron entonces hacia la puerta abierta de tus labios, convertidos ya en cáliz amante.
Compartí la sonrisa de tus ojos y caminé por tu mirada hasta llegar a tu abrazo. Dejé que mi vacío se llenara de ti, dejé que mis ojos cansados reposaran en un recodo de los tuyos, dejé que mis brazos extenuados se colgaran de tu cuello, me abandoné a tus caricias infinitas y supe que quería permanecer en ellas.
Sonrío ahora, al recordar lo feliz que me han hecho tus palabras, lo feliz que me ha hecho entregarte mi tristeza para decirle adiós entre tus brazos.
Oigo tu risa luminosa. Cansada y dichosa regreso a ti, y en ti permanezco.
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