La sangre no dejaba de fluir por aquella herida,
herida que dolía como ninguna otra.
La curó una y otra vez.
En algún momento sanó o
ella al menos así lo creyó.
Con la herida cerrada todo estaba bien,
pero cuando se creía un alivio para tanto dolor,
ahí estaba de nuevo
la sangre fluyendo y
tiñéndola por completo de carmesí.
Su piel ya no tenía color,
lo había perdido hace tiempo,
la herida agotaba pero
también deprimía y mataba.
Terminó por convencerse que
nada la sanaría…pero se equivocó,
su dolor había sido visto por un ángel,
ángel que hace tiempo la observaba,
uno que anhelaba no tener alas para poder amarla,
uno que ansiaba no estar tan lejos de ella para estrecharla,
alguien lo escuchó,
su amor era puro, era un amor celestial,
ese alguien le concedió su deseo…
Ella estaba sumida en un mundo onírico,
algo exaltó su sueño,
un beso, cálido y con olor a rosas.
Ese beso la despertó,
ese beso la sanó.
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