Entre la espesura de las apiñadas moscas buscaré tu cuerpo,
entre asquerosos e incesantes zumbidos rastrearé tu cadáver.
La textura de tu carne roída y tus huesos ennegrecidos se alzará
entre calurosos y agobiantes hedores...
El color de tu verdosa piel danzará con la negrura de las moscas,
y tus opacados ojos emblanquecidos destellarán con los primeros rayos del sol.
Con las venas abiertas y la sangre espesamente esparcida en tu cuerpo
esperarás sentada en aquella silla,
en aquel rincón donde nuestras sombras solían danzar al ritmo de gemidos y suspiros,
ahí donde nuestros cuerpos refulgían ardientes,
ahogados en la oscuridad como el hogar de los antiguos.
A paso lento me acercaré
buscando tu hermosura expiada, e
intentando, en vano, reconocerte en esa masa amorfa negra-tornasol,
patéticas y ácidas lágrimas negras escurrirán quemándome la piel a su paso.
Reconstruiré tu aroma, hasta casi poder sentirlo de verdad, como si estuviese ahí
reemplazando el putrefacto aroma de 46 horas de descomposición;
saborearé la humedad de tus besos de antaño,
rearmaré tu figura imaginaria, tu sonrisa inocente
con pequeños toques maquiavélicos y lascivos.
Reconfiguraré la realidad y te resucitaré de entre los muertos,
serás mi Mesías y yo tu apóstol enceguecido,
serás mi Luna y yo tu licántropo encadenado a tu belleza,
serás la noche y yo el viento acariciando tu calidez,
serás la lira y yo los dedos danzando entre tus cuerdas...
serás la sangre, mi sangre, y yo la daga que te dará la libertad...
Con mis últimas fuerzas pintaré tu rostro con mi sangre
agresiva pero delicadamente, sumergido en odios y rencores,
titubeante y tembloroso, pero perfecta será tu imagen,
angustiado, demacrado y vacío esbozaré tu belleza;
y quedarás en este mundo
plasmada entre las fibras de aquel retrato;
encadenada a este mundo mortal quedará tu esencia
escrita en sangre... con mi sangre... tu sangre.
Y compartiremos aquellas moscas e incipientes larvas;
si no pudimos vivir juntos,
al menos nos pudriremos juntos...
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