SALTO AL VACIO
Era una noche fría y negra a mediados de enero. Llovía con gran fuerza mas yo estaba allí, en el puente, por su parte externa, agarrada con ambas manos a la barandilla que se encontraba a mi espalda. El corazón me oprimía el pecho. Sentía con fuerza el pulso mi sien y el nudo de mi garganta crecía por momentos. Los nervios casi no me dejaban respirar y mis brazos se encontraban agarrotados. Pero, a pesar de mis dudas debía hacerlo, tenía que hacerlo. Desde el día de la tragedia; desde el día en el que perdió la vida mi bien, mi tesoro, aquello que me daba fuerzas cada día; desde aquel mismo instante mi vida se convirtió en un infierno. Mi desdichada alma de madre se rompió en mil pedazos y el sentimiento de culpabilidad invadió todo mi ser. Desde la cabeza a los pies todo se volvió oscuro, siniestro, triste y negro. Fui de luto riguroso durante el año siguiente al accidente y mi palidez natural se incrementó notablemente asta parecer un cadáver, y a esta situación ayudó mi gran perdida de peso y la falta de sueño que se me acumuló; así como la disminución de mi fuerza física y mental.
Mis amigos y familiares se preocuparon por mi estado de salud, el cual dejaba mucho que desear; pero yo era incapaz de comer, dormir, trabajar, ni tan siquiera podía ser capaz de acercarme a un sitio alto. Me daba pánico, era superior a mis fuerzas, no podía asomarme al balcón del primer piso, ni subir en ascensor.
Estuve en tratamiento psicológico, y aún lo sigo estando, pero sé que si no hago esto viviré con un sentimiento de culpa que me acosará siempre. Quiero acabar con todo de una vez. Estoy cansada de despertarme noche tras noche gritando el nombre de mi hijo. Repitiendo aquella horrible escena una y otra vez, gritando su nombre en el momento en el que saltaba. Tan solo 15 años y ya tanto cansancio de la vida que decidió quitarsela. Tanto dolor acumulado y además, la muerte de su padre, al que tan unido se encontraba. Una semana después de la muerte de mi marido y me encuentro, al llegar a casa del trabajo, una nota, escrita de puño y letra por mi hijo, una nota donde aclaraba el lugar e incluso la hora de su muerte.
Yo le ví caer. Traté de impedirselo, pero no pude, no llegué a tiempo. Rocé sus dedos en el instante en le que se soltaba de esta misma barandilla, de este mismo lugar, y luego oí su grito, su desgarrador y estridente grito que aún rasga mis timpanos cada vez que lo recuerdo. El silencio siguió al grito tras una caída libre de unos 10 metros y el choque brutal contra el duro asfalto.
Estoy cansada, casi tan cansada como mi hijo. Dos años, dos años largos y terribles he pasado sin él. No me queda otra salida. Siento como mis manos resbalan, siento el aire que azota mi cuerpo durante los breves segundos del descenso y, de pronto, el tirón. La cuerda elastica me sujeta fuertemente evitando el choque con el asfalto. Veo la negra carretera a pocos metros de mí. Veo como se acerca, y en mi mente se forma la imagen de mi hijo, y en la situación en la que quedó tras el golpe, y me doy cuneta de que no fue culpa mia, de que tra el salto me sineto limpia de toda culpa y que él, esté donde esté, me ha perdonado. El equipo grita lleno de legria. El psicologo cree que ya estoy bien, le oigo, pero no le escucho, la imagen de mi hijo feliz, alegre, vivo invade toda mi mente y mis sentidos.
Ya estoy mejor. Sigo recordando a mi hijo como es logico, pero el sentimiento de culpa ha desaparecido. Puedo seguir hacia delante.
Por eso, aquí esplico mi historia, para que todo aquel que sienta que no merece la pena vivir y que se desespere, comprenda que no debe dejarse llevar por los impulsos y que los golpes de la vida sirven para fortalecernos. No desfellezcais y enfrentaros a vuestros temores, es la unica forma de superarlos.
No creais que los problemas no tienen solución, que cualquier problema tiene solución por muy dificil que parezca, solamente hace falta tiempo. Solo hay una cosa que no tiene solución, la muerte. Por eso, aprovechar y disfrutar de la vida que es mas corta de lo que a menudo creemos.
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