Caminando empujada por el viento va la vieja zorra en busca de alimento para mojar su ubre seca. La otrora raposa temida por los rebaños, ya carga muchos años sobre su flaco lomo y tiene la mirada opoca. Atrás quedaron los años de gloria que el hambre desmadeja día a día, mientras sus dobladas orejas anuncian que va perdiendo su batalla contra el tiempo. En sus años mozos marcaba su territorio desde las estribaciones del nevado Tucu Chira hasta la laguna de Conococha. Durante el día atravesaba las llanuras de Recrec, alimentándose de aves y pequeños roedores. Ya en las noches descendía discreta a los rebaños de donde sacaba entre sus fauces un cordero para asegurar su ración de carne. Generalmente caminaba sola, a excepción de sus épocas de celo que lo hacía acompañada de su ocasional pareja hasta la época de cría.
Doce años trajinando por la estepa chiquiana es demasiado tiempo para un animal de presa. Sus movimientos son cada cada vez más lerdos, pero sus patas y mandíbulas continúan siendo fuertes, lo que le augura un tiempo de gracia como cazadora nocturna. Hace unos meses fue cortejada por un joven zorro que la abandonó dejándola preñada después de un corto romance. Ha parido hace dos semanas y sus cachorros no prueban leche en las últimas 24 horas. Ayer por la tarde unos pastores la vieron en el bosque de piedras de Alalaj Machay. Comentan que descendió caminando renga al pajonal donde estiró su esmirriado cuerpo, paró sus orejas como pudo y se sacudió del polvo que cubría su pelaje, quedando al descubierto una enorme cicatriz en su vientre producto de un combate con un puma.
Ya es de noche, el cielo está perlado y su aullido rompe el silencio de la llanura, siendo respondida por ecos finos que se multiplican en las cumbres de los cerros cuajados de roquedales. Las huellas de un puma han agudizado sus sentidos y trata de comunicarse con otros zorros que merodean el lugar. Sigue las huellas rozando el pasto con su hocico durante una hora, y para su fortuna halla trás un peñasco a un enorme puma de piel aleonada recostado sobre un becerro muerto iniciando su festín. Se queda observándolo unos minutos y confirma que es el mismo felino que hace unos años la dejó marcada de por vida.
Se ubica cautelosamente a una distancia prudencial, efectúa un recorrido visual y ve agazapados entre la neblina y el ichu a cuatro jóvenes zorros machos observando al puma y su presa. Baja los párpados y mueve su áspera lengua abriendo su boca que se le hace agua. Al abrir los ojos, la luna se oculta entre las nubes quedando el campo de batalla a oscuras. Aprovecha este momento de suerte y se abalanza sobre el becerro arrancándole un trozo de lomo de una dentellada. El puma lanza un rápido zarpazo que elude con un ágil salto.
Su éxito inicial anima a sus jóvenes compañeros y en menos de siete segundos todos rodean al puma. Este se pone de pie emitiendo rugidos amenazadores. Entonces los zorros inician un sospresivo ataque, luego otro y después otros, siempre liderados por la vieja zorra. El puma se revuelve en la paja tratado de ahuyentarlos en cada acometida, pero la zorra aprovechando un descuido le hunde sus colmillos en el lomo. El adolorido felino ataca a uno de los zorros dejándolo fuera de combate y retorna a su presa para seguir devorándola, sin perder de vista a los demás.
Los zorros se alejan unos metros simulando una retirada, y como si todo estuviera coordinado, los tres siguen a la zorra en una nueva embestida y empiezan a mordisquearle las patas, el cuello y la cola haciendo manar abundante sangre. Al verse acosado por todos los flancos, no le queda más remedio al puma que emprender una veloz huida envuelto en la densa neblina. Al cabo de tres cuartos de hora, del becerro quedan unos cuantos huesos, una gran mancha de sangre en el pasto y algunas piltrafas de carne sobre la paja brava.
Dos horas después llega el alba con un cielo que se muestra aborregado. La vieja zorra camina despacio con su barriga abultada de carne. A su paso encuentra un lugar seguro donde digerir para acumular leche en su ubre. Se recuesta y reflexiona en las hebras del que dispone la vida para tejer combates de esta naturaleza en las mesetas andinas. Siente que sus pupilas se humedecen al recordar el triunfo de hace unas horas y esboza una sonrisa sintiédose útil todavía.
Ya es mediodia, ha descansado lo suficiente, su ubre se encuentra con abundante leche, y emprende el retorno a su madriguera abrigada por el sol que derrama su lluvia de oro sobre los pajonales.......
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