Rucu atoq habitó la ondulante Pampa de Lampas de la meseta chiquiana, cuna del bandolero "Luis Pardo". De joven fue el mamífero carnicero más depredador de las manadas circundantes a la laguna de Conococha, naciente del río Santa. No había cordero que se le escape de sus sólidos caninos. Inclusive muchas veces mataba indefensos animales con el único afán de satisfacer su instinto asolador.
Hasta los experimentados perros pastores hacían mutis cuando a la distancia percibían su característico olor zorrino; es decir, un temido cánido por los cuatro costados. Tenía el hocico puntiagudo, pelaje abundante de color gris amarillento, pies cortos, cola recta y gruesa que parecía un plumero; ni que hablar de su astucia innata y envidiable capacidad para mimetizarse entre la neblina y los pajonales. Los rumores sobre su ferocidad fue la comidilla cotidiana en las llanuras chiquianas. Unos decían que dio muerte sin misericordía a un viejo puma y se comió sus despojos; otros afirmaban que un día de luna llena se tragó un burro tierno; algunos fueron más allá y deslizaron que mató sin piedad a dos perros pastores y se llevó arreando cinco corderos hasta su madriguera.
Pasaron los años y se puso viejo. Con trece años a cuestas caminaba con el rabo entre las piernas urgando raíces y huevos de perdiz entre la paja brava, a la par que sus colmillos se ponían cada día más romos y sus orejas por más intentos que hacía no lograba pararlos. A estas alturas de su vida, los pastores y el ganado lanar ya no lo tomaban en cuenta como depredador. Cierto día, cansado de deambular buscando alimento se internó en el bosque de roquedales de Cuta Tinya, donde permaneció por más de tres horas subiendo y bajando las cornisas de las peñas. Ya cuando estaba por desistir de sus intentos por lograr una presa fácil que calme su hambre, avistó a tres vizcachas recibiendo los últimos rayos del sol de la tarde; dos de ellas adultas y una muy pequeña, al parecer su primer día fuera de la madriguera.
Rucu Atoc caminó disimuladamente, se agazapó cubriéndose con la paja, e intempestivamente se abalanzó sobre los roedores, que al notar su fantasmal presencia desaparecieron como por encanto del lugar, menos la pequeña, que a duras penas se introdujo a una grieta circular en pleno peñasco. Sin medir las consecuencias, el viejo zorro metió su cabeza por el estrecho corredor de piedra, luego con sumo esfuerzo introdujo todo su cuerpo. Mientras avanzaba milímetro a milímetro reptando, daba débiles manotazos a la vizcachita, que al sentir sus garras corvas, chillaba haciendo retumbar el minúsculo ambiente. Al cabo de unos minutos el zorro sintió que le faltaba aire y empezó a respirar con dificultad, ya sus pulmones iban a estallar, sus ojos parecían dos gotas de neón en la oscuridad y de su espinazo maltratado por las filudas salientes de la roca empezó a manar sangre que humedeció su pelaje.
Luego de vanos esfuerzos por capturar a su presa, descansó unos minutos y estiró lo más que pudo su pata derecha. Para su sorpresa tocó el final de la angosta covacha. Ante la imposibilidad de avanzar, trató de salir una y otra vez con todas sus energías, pero todo resultó en vano, y quedó finalmente atrapado. En ese instante pasaron por su mente miles de imágenes de su época de joven carnicero donde salía airoso, pero los chillidos de angustia del pequeño roedor lo despertaron de su fugaz sueño de triunfos idos.
Haciendo un último intento abrió lo más que pudo sus fauces y aspiró con fuerza todo el aire que pudo, tragándose a la vizcachita que selló su tráquea como ventosa haciéndolo convulsionar. Antes de expirar escuchó un último chillido y en fracción de segundos se vio volando como "Pegaso" por sus antiguos dominios del páramo andino; pero esta vez, el gris torcaza del ocaso lo cobijó para siempre con sus vellones blancos...........
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