CLOTA
La pedía en cada oportunidad que se le presentara.
-¡Dale Papà, a mi hermano se la compraste, y yo no tengo bicicleta!
-Tienes que esperar hasta que cumplas los 14 años, tu hermano recièn la tuvo cuando llegò a esa edad.
Un dìa memorable llegò. Era una bicicleta azul celeste con llantas cromadas y manubrio deportivo. La bautizò Clota.
Lo primero que hizo es ir a buscar sus amigos que, por supuesto, todos ya tenìan bicicleta desde hacia un tiempo y ufano la mostrò como si fuera el tesoro hallado màs magnifico de todos los tiempos. Desde ese dìa fue su compañera. Su testigo de aventuras. Su comunicaciòn con el resto del mundo. Su medio de llegar a todos los lados que antes no podìa. ¡Su libertad!.
Claro, en esa poblaciòn costera pequeña era el medio de locomociòn por excelencia. Asì denominaban los turistas que verano tras verano concurrìan a descansar a “El País de la bicicleta”. Y èl, pese a ser nativo del lugar quería sentirse parte de la horda veraniega, como todos los jòvenes.
Asì, ya en la Primavera comenzaba la preparaciòn de Clota para que lo ayudara a vivir un intenso verano. Era sometida a una limpieza general, engrase, aceite lustrada y ¡Estaba lista! entonces comenzaba el entrenamiento. Con los jòvenes muchahos del pueblo realizaba raides por los lugares cercanos, por la playa, por los senderos, por los mèdanos, por las plantaciones.
Era comùn verlos - a èl y Clota – en los amaneceres dejar una huella efìmera en la arena que el mar con su voracidad se encargaba de borrar.
Todo estaba muy bien en su vida, pero una mañana tuvo una distracciòn. Había colocado un dispositivo en la rueda delantera, consistente en un broche y un cartón que al pasar los rayos por èl, asemejaba el ruido de un motor, y entretenido en observar su funcionamiento no reparò en un automòvil circulando de frente. Tres dìas màs tarde se despertò de la conmonciòn cerebral en el hospital, y preguntò.
-¿Clota està bien?
No, no era asì, pero nada le dijeron en ese momento. El amor de su vida se hallaba bastante maltrecho y sus padres carentes de dinero no podìan hacer nada, menos mal que un tìo se hizo cargo de la reparaciòn y cuando le dieron el alta mèdica, Clota estaba reluciente, como recièn hecha.
El accidente pareciò que hubiera sido un aviso del destino, un aviso sobre cambios en su vida, en sus amores. No porque dejara de querer a su bicicleta, sino porque se enamorò perdidamente de una pelirroja a la que cargaba sentada en el manubrio y llevaba a recorrer los distintos lugares, sobre todo a la playa.
Parecìa que Clota se habìa puesto celosa, cuando subìa con su recièn amor le costaba arrancar y èl decìa...
-¡Vamos Clota, fuerza!
Hasta que un dìa la pelirroja tuvo que partir y la bicicleta volviò a ser la de antes, pero èl no, esa partida lo sumiò en una profunda melancolìa, se volviò huraño, serio y taciturno. Ya no salìa con sus amigos a las bicicleteadas y permanecìa el mayor tiempo del dìa en su casa, meditando, recordando. Asì permaneciò durante un tiempo hasta que un dìa tomò su bicicleta y saliò,
Se dirigiò a un promotorio de la costa y tomando la bicicleta la arrojò al mar diciendo
-¡Por tu culpa, ..por tu culpa!
Tortuga
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