LAS ZAPATILLAS
-¡Todas las mañanas la misma historia! Pensaba.
-¡Me hacen levantar temprano, con este frìo, para ir a la estaciòn del tren!
-¿ Por lo que me dan? Solo unas pocas monedas.
-Dicen ellos, mis padres, que eso ayuda al puchero, que a veces me dan de comer.
Asì cavilaba Mario, Marito para los amigos.
-Si al menos me dejaran ir a jugar como antes.
-¡Eso estaba bien para un chico de mi edad!
-¡Ir al potrero, a reunirme con mis amigos y jugar esos partidos de fùtbol de rompe y raja!
-¡Pero no! ¡Eso terminò! Me dijeron
-El viejo perdiò el laburo y todos debemos ayudar.
Con sus zapatillas viejas, gastadas, sin cordones, sus piernas y pies eran los que màs
sufrìan el frìo de ese inclemente invierno, seguìa concentrado mientras se dirigìa a la estaciòn ferroviaria, como lo hacìa todos los dìas desde hace tres años.
-¡Hasta el colegio me sacaron!
-¡Y todo por unas mugrosas monedas que el viejo me saca antes de ir a casa para mandarse unos tintillos en el bar!
-¡No eso està mal! Los chicos debemos estar jugando.
Como siempre se ubicò muy cerca de la boleterìa en donde los pasajeros al verlo, tan desvalido, con ropa harapienta y carita suplicante, algunas monedas del vuelto le dejaban, no tanto por bondad, sino por comodidad. Era mas fàcill dàrselas al niño que guardarlas.
El empleado ferroviario que despachaba los boletos tenìa una pìcara complicidad con Marito, Generalmente, trataba de dar el cambio con la mayor cantidad de monedas de baja denominaciòn que pudiera, y eso molestaba a los pasajeros que ante la eventualidad, se desprendìan de algunas.
Pero ese dìa, serìa distinto
-¿No tienes frìo? Le preguntò una mujer muy mayor.
Èl no respondiò. Le habìan enseñado que no debìa hablar con personas extrañas.
-¿Què querrà esta vieja? Pensò, y viò en sus ojos una expresiòn de infinita dulzura. Se animò.
--Sí, mucho, sobre todo en mis pies.
-¡Tambien con esas zapatillas! Ven, le dijo yo te comprarè unas nuevas.
No lo podìa creer. ¡Zapatillas nuevas!
Lo llevò a una zapatillerìa ubicada frente a la estaciòn.
-¡Quiero que al niño le calcen las mejores zapatillas que tengan! Dijo la mujer con tono imperativo.
Eligiò unas zapatillas que luces al pisar se encendìan.
-¡Yà, cuando las vean mis amigos! ¡Se van a morir de la envidia! Fabulaba esperanzado en ese encuentro.
Recogiò las zapatillas viejas y pidiò un diario para envolverlas.
-¡Esas debes tirarlas a la basura! Dijo la mujer.
-Noo, a lo mejor le sirven a alguno de mis hermanitos.
Cuando volviò a la estaciòn lo primero que hizo fue mostrar sus zapatillas nuevas al empleado ferroviario.
-¡Pavada de zapatillas te has conseguido! Dijo èste.
A la mañana siguiente Marito volviò a la estaciòn, ya no llevaba las zapatillas nuevas, habìa vuelto a calzar las viejas, sucias y derruìdas zapatillas de siempre.
El empleado extrañado le preguntò por las nuevas.
-Mi padre las vendiò, porque dijo que hace falta el dinero.
Tortuga
|