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Todas las tardes veía a la maestra pasar frente a su casa, ella con paso firme, rápido; él, igual que siempre, limpiandito el solar y cuidando las maticas de quinchoncho.
.-Adios, adios!, saluda Ardila.
.-¿Cómo está Sr. Ardila, Como está su familia?
... Profesora, pase, tómese un cafecito con este viejo…


La maestra siempre iba medio apurada, y Ardila se quedaba con sus historias en la boca.

Una tarde, Ardila vio venir a la Maestra, la saludó cortésmente como ya era costumbre, y ella, que ya tenía algo de vergüenza por no aceptarle el cafecito nunca, decidió seguirle la corriente y aceptar la invitación.

Ya sentados en unas sillas medio destartaladas, tazas de café en mano, Ardila abrió los labios y refirió esta historia que ya hace tiempo esperaba por los oídos de un buen escuchador:

.-Mire profesora, usted que es una mujer importante, figúrese, que ya hasta le enseña a los muchachitos y todo, yo me siento muy honrado porque usted está aquí conmigo, porque tengo frente a mi a alguien importante, estudiado. Yo creo que los muchachos ahora tienen mucha suerte, que tienen que aprovechar la escuela y todo eso.

Imagínese, cuando yo estaba muchacho, que vivía por allá por donde llaman “ la Goajira”, nosotros no podíamos estudiar ni nada. En aquel tiempo la cosa era muy difícil, las mamás de uno lo parían a uno para trabajar, para ayudar en la casa, para criar los animales y los chivos, y esas cosas…

Yo, que ahora tengo 80 años, no pude nunca tener lo que ustedes tienen ahora, esa facilidad, digo yo (y que los muchachos no ven eso, no ven a uno como creció, todo torcido, jejejeje!!!)


La Maestra escuchaba interesada, mientras la memoria de Ardila hacía todo su esfuerzo por recordar, por reconstruír aquellas remembranzas, por inventar a veces aquellos parajes, aquellos personajes, aquellos gestos y sucesos, que lo llevarían a donde él quería en algún momento llegar…

.-Yo, como le dije, me crié por allá por la Goajira, mas allá de la Sierra que llaman “Perijá”, en Colombia; a nosotros no nos parecía que eso de la Goajira estuviera partido en dos, con un lado para Venezuela y el otro para Colombia. No… para nosotros esa tierra era una sola, pues, y andábamos de allá para acá, siempre para donde se viviera mejor, claro, donde uno sembrara y lo dejaran estar bien.

Mi mamá, mis hermanos y yo, vivíamos para Colombia, y como le dije antes, mis hermanos y yo trabajábamos para ayudarla a ella, a mi madre, y no estudiamos, pues. Entonces vino un tiempo cuando todo el mundo se estaba muriendo. Porque y que había una enfermedad que le decían “la epidemia”, que nos estaba matando a todos. Todo el mundo se iba para el otro lado, para Venezuela, porque allá no había la enfermedad, pero habían unas gentes que no querían irse, que se querían quedar en sus tierras, con sus animales y sus cosas. Resulta que mi mamá era una de las que no quería irse, ella decía que aunque no quedara ni uno ella se quedaba, y pues nosotros estábamos obligados a quedarnos con ella, porque no éramos grandes para decidir, ni nos habíamos casado ni nada. Yo si quería venirme para acá porque no me iba a morir en ese pueblo, todo enfermo; entonces me escapé y me vine para Venezuela con unas gentes que se habían atrevido a viajar. Yo tenía como diez, once años, no se muy bien porque para aquella época no le contaban a uno los años como ahora. Y era yo chiquito y flaco, pero agarré a pie la sierra con esta gente, y estuvimos muchos días caminando. Yo me acuerdo que una noche yo estaba pasando mucho frío… todos estábamos como muriéndonos de frío, y un señor que estaba ahí con nosotros, ya mayor, se murió de verdad. Pero como ahí nadie tenía nada, y había que sobrevivir, pues, la gente desnudó al señor muerto, y lo enterramos allá, desnudo, en todo el medio de la Sierra, y como yo tenía mucho frío, para que no me matara el frío también, me pusieron la ropa y los zapatos del señor. Y así llegué yo a Venezuela, con la ropa del muerto.

Entonces aquí en Venezuela crecí, yo solo, sin mi mamá y mis hermanos que se quedaron allá lejos; Y aquí en Venezuela, en el Zulia, hice mi vida, como quien dice, pues, y tuve hijos y todo. Pero nunca estudié…

Yo estaba por llamarla a usted, profesora, porque quería contarle todas estas cosas que a mi me han pasado, y yo sabía que a usted le iban a gustar estos cuentos, como por ejemplo el de mi compadre, un compadre mío, Wuayú, igual que yo, que tuve por allá por La Goajira, en el Zulia. Figúrese, maestra, que mi compadre un día se durmió y tuvo un sueño. Yo lo sé porque yo estaba presente, fíjese, y mi compadre me contó el sueño y todas las cosa que le pasaron…

Mi compadre dice que se durmió un día y que tuvo un sueño muy extraño. Él cuenta que estaba como caminando por un camino largo, como de neblina el camino, y que tenía mucha sed. Entonces mi compadre estaba buscando agua y lo que halló fue una cola larga de gente… esa gente estaban ahí paradas y él les pedía agua, pero la gente no tenía agua. - Vaya para que el señor que está en la puerta- le decían- que él tiene agua y seguro le va a dar.

Mi compadre, se fue entonces caminando por ese camino largote, hasta que por fin llegó a la puerta que la gente decía, y ahí estaba un señor con unas barbas muy largas, sentado en una silla grande y con unas llaves pesadas que le colgaban del vestido.

Señor, Señor, le decía mi compadre, ¡deme una poquita de agua, por caridad!, que yo vengo por ese camino perdido y tengo mucha sed. El señor, que estaba muy ocupado buscando algo en un librote que tenía en las piernas, le dijo a mi compadre:
- Está bien Señor, ya le voy a dar el agua, pero primero dígame quien es usted, para yo buscarlo aquí en este libro… Mi compadre, que no se había dado cuenta de donde estaba parado, le dijo al señor aquel: Yo me llamo “Fulano de tal” (no me acuerdo bien como se llamaba mi compadre, hace ya tantos años, imagínese, profesora, 80 años no le pasan en vano a uno por la cabeza, jejeje) pero bueno, entonces el Señor empezó a buscar en el libro: Fulano, fulano… aquí esta usted, señor. Pero yo no le voy a dar ninguna agua, porque usted fue muy malo cuando estaba vivo... ¡¿Malo yo?!- Decía mi compadre- que yo no he sido malo, Señor, déme una agüita por caridad!. No, no, aquí dice que usted le pegaba a los perros cuando estaba chiquito, y que peleaba con sus hermanos y no le hacía caso a su mamá… No señor, no!!! Yo no hice nada de eso, Señor, yo lo que quiero es una poquita de agua que me muero de la sed. - Así decía mi compadre, y ese señor nada que le daba agua, y le decía y le decía: Usted mató a un gato, usted le pegó a su mujer, usted dejó a su mamá enfermita cuando ella ya estaba viejita, mire, aquí, aquí dice- Y mi compadre triste, y con la sed que lo estaba matando.

-No señor, yo no hice nada de eso, imagínese usted, como va a creer eso- ¿Cómo que no hizo nada de eso, si este es el libro de la vida!, usted se atreve a decirle mentiroso al libro de la vida?, venga para que se convenza, lea aquí donde yo tengo el dedo para usted vea todo eso que es verdad-

Ahí si es verdad que mi compadre se puso colorado, maestra, y no hallaba que hacer! -Señor, es que yo no puedo leer eso, porque yo no se leer…- UY! Mejor que no, ese Señor y que se puso como un diablo, imagínese Profesora, y le dijo a mi compadre: Así que usted además de que no hizo nada bueno en esta vida, tampoco aprendió ni siquiera a leer!!! Entonces como penitencia, se me devuelve!, y aprenda a leer, y si no, ni se aparezca otra vez por aquí, ¿Escuchó bien?...

Entonces, maestrita, mi compadre se despertó del sueño, y resulta que estaba en su urna, y ya todos nosotros lo estábamos velando! ¡!!!jejejeje!!!. Mi compadre se levantó de la urna y todo ese poco de gente salió corriendo asustada… -Que se levantó el muerto, que se levantó el muerto! ¡Ave María Purísima!- corría todo el mundo para allá y para acá. Y mi compadre lo único que decía era: Denme una poquita de agua, por el amor de Dios, que yo tengo mucha sed!. La hija de mi compadre, mi ahijada, fue la única que se apiadó del resucitado y salió a buscarle el vaso de agua que había pedido… y yo, que estaba ahí, porque era mi compadre y yo lo quería mucho, me quedé preguntándole, pues, qué era lo que le había pasado, y explicándole que se había muerto y vuelto a resucitar…


La maestra escuchaba atenta y divertida la maravillosa historia de Ardila, pero éste no había concluído su relato…

…Maestra, y eso fue lo que le pasó a mi compadre por allá por la Goajira… Y yo, que le tengo tanto aprecio a usted, que estoy viejo ya, imagínese, le voy a pedir un favor, si no es mucha molestia para conmigo… Yo quisiera que Usted, Maestra, si pudiera, me enseñara a leer y a escribir… No es que yo vaya a hacer mucho con eso, ni nada, pero es que estoy viejo ya, y se que pronto el alma se me va a ir… yo quisiera que usted me ayudara, para que cuando el señor Dios me muestre el libro ese grandote que contó mi compadre, el libro de la vida, entonces yo pueda leer ahí todos mis pecados y todas las cosas buenas y malas que hice yo, así podré leerlo ahí y podré escribir, pues, y recordar lo que usted hiciera por mí en esta tierra, aunque ya yo no esté y me haya ido a los cielos…

La maestra se enjugó las lágrimas y abrazó al viejo Ardila con ese afecto que sólo puede nacer cuando se enseña y se aprende. Y desde ese día, cada tarde, al salir los muchachos de la escuela, El Señor Ardila esperaba a su Maestra, taza de café en mano, y aprendía con ella el difícil arte de leer y escribir. Ardila no se ha muerto, pero segura estoy de que algún día, allá en los cielos, San Pedro se reirá al escuchar sus historias, y lo dejará escribir su hermoso nombre en el Gran Libro de la Vida.


Al viejo Ardila

Texto agregado el 28-10-2005, y leído por 420 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
21-04-2007 Que belleza de cuento y qué aprendizaje dejas. Suerte que el señor Ardila era longevo, pues se hubiera quedado para siempre con sus historias en la boca si la profesora esa tarde no aceptara la invitación. Me recordaste a mi madre, que le hizo "hablar las letras" a muchas mujeres que estaban obligadas a hospitalizarse semanas antes de tener sus hijos. Sin duda mi madre escuchó de sus historias y recogió esa sabiduría. NeweN
18-10-2006 Por lo que veo esa narracion forma parte de los cuentos tradicionales de cada pueblo,que van corriendo de boca en boca.En Chile recuerdo dos versiones contadas por mis abuelos, en que el personaje es:sacristan/tahur. Me encanto como rescatas el hablar candencioso y sencillo de nuestros viejitos de antes.Me sumo a Thais. UN beso. ;they w pantera1
27-07-2006 Un cuento muy bonito robertor
06-07-2006 un cuento largo sí, era verdad, pero con un dulzura campechana y aleccionadora que nos hace pensar q valió la pena detenerse por aqui.. piq piq gaviotapatagonica
06-07-2006 Celia, muy bueno tu cuento, excelente el lenguaje, esa sencillez del personaje es la misma que tienen los campesinos de mi país, te felicito. jeronima
15-12-2005 Querida Celia, me encanta el viejo Ardila... y me encanta la forma como contaste el cuento con sus propias palabras. Muy bueno, digo yo. 5* para la comadre Alviarez. marukgal
09-12-2005 Uyy, esto me encantó!! En verdad…. Y no es que sea yo muy susceptible, (jajaja) pero por allí escondidas se asomaron un par de lagrimas. Ardila, que bello personaje, me encantó su voz, su tono, su forma de hablar, tanto que me parecía estar viéndolo en persona, y escuchándolo narrar esas fabulosas historias, que solo gente sabia como el, sabe contar. Y sabia, no porque haya estudiado mucho, sino porque la vida, antes de hacerles leer en su libro, les ha enseñado a ser humanos y ha puesto en ellos, el don de la sabiduría que no conoce más letras, que las forjadas con el sudor de la frente y las líneas de la piel. Un abrazo!! Thais
09-12-2005 es muy hermoso!!! si que es pena que no se haya leido más, porque me ha parecido una historia genial y muy bien redactada, no conozco el lenguaje, pero me ha parecido sincero y adecuado al relato.***** Soy_Naixem
09-12-2005 Este cuento es lo que más me ha gustado de toda la página. Soy nacido en el campo y este es mi propio lenguaje. Felicitaciones y un abrazo. Pedro. pedropensador
28-10-2005 hay que pena que nadie haya leido esto antes, ludico, real, ladino como el viejo ardila, un relato excelente, como la maestra tambien se me habrían caido un par de lagrimones***** curiche
 
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