Mi papá siempre me dice que de todo hay que saber un poco, que cuando una está chiquita debe tener la oportunidad de experimentar con cualquier conocimiento que exista en el mundo: debe aprender sobre el heladero que nos endulza cada tarde con sus delicias de coco, debe saber de la señora que se levanta de madrugada a barrer la calle de mi escuela, debe saber del doctor ese que te pone la inyección cuando te da la palabra fea que se llama “amigdalitis”, y hasta debe saber de los que se la pasan volando en el cielo, en las estrellas (yo no entendí muy bien), y que los llaman astronautas.
Mi papá dice que si una no sabe todas esas cosas, cuando esté grande ya no va a saber qué hacer, eso que llaman “tener una profesión”. Cuando él me preguntó, yo me preocupé mucho y le dije:
-Ay papá, ¡Yo no se que PROCESIÓN voy a tener cuando sea grande!
Él se rió mucho y me corrigió, aunque le dijo luego a mi mamá que yo tenía razón, porque hay algunas gentes que en vez de PROFESIÓN eligen una PROCESIÓN para su vidas, y las llevan como si fuera un saco de piedras, quejándose en cada rincón por todos los dolores del mundo.
Eso de procesión y profesión a mí me causó mucha curiosidad, porque aunque no le he dicho nada a mi papá, eso de las palabras como que me llama la atención. Entonces le pregunté a mi maestra, y ella me dijo que una profesión es un trabajo, y que cada uno tiene que tener un trabajo para poder vivir bien. Al rato la llamaron por teléfono y escuché (sin querer, claro, porque eso de escuchar las conversaciones ajenas es de mala educación) que decía:
-Ay si, amiga, ¡estoy molida!, estos carajitos se estan portando de un mal… este trabajo va a acabar conmigo, ¡Es un suplicio!.
Entonces si es verdad que ya no entendí nada de nada, pues mi papá me dice que procesión es “llorar y llorar”, mi maestra dice que una profesión es “un trabajo”… ¡y ahora resulta que el trabajo hace llorar a la maestra!. Yo opino que PROCESIÓN Y PROFESIÓN van de la mano, y que si estos adultos quieren que se la agarren también, ¡pero yo no!, a mi no me gusta estar molida, ni ver carajitos que se portan mal, ni cargar sacos de piedra, ni tener una PROFESIÓN-PROCESIÓN de la cual vivir “Y QUE” bien.
Pero como eso de las palabras me llama la atención, me sorprendió algo que dijo la maestra, y se lo pregunté:
-Maestra, ¿Qué significa “Carajito”?
-¡Niña!- respondió ella muy alterada- ¡no digas groserías!, eso es una mala palabra, ¡esas palabrotas no se dicen.
¿Una mala palabra?, pensé yo, y no le dije mas nada, porque me dio miedo que se pusiera más brava. Pero como a mí me gustan las palabras, eso me interesó mucho más: existen las malas palabras. Decidida a investigar, le pregunté a mi papá sobre lo que había dicho la maestra.
-Las malas palabras, o groserías, son palabras feas.-contestó él.
-¿Como “Amigdalitis”?- pregunté. A mi papá le causó tanta gracia que no me pudo seguir explicando, pero yo si creo que amigdalitis es una palabra muy mala, que te da fiebre y dolor, y para quitártela no te queda mas remedio que ir a casa del doctor a que te inyecte, aunque no debe ser una palabra tan mala como “Carajito”, porque esa da rabia, y ese es el sentimiento mas feo, peor que el dolor.
Mi mamá, que estaba escuchando nuestra conversación, salió “al auxilio” de mi papá, según dijo, y me dio algunas pistas:
1. Las malas palabras o groserías, las dice la gente para ofender o para descalificar algo ó alguien.
2. Todo el mundo sabe malas palabras, y todo el mundo se avergüenza de ellas.
3. Debemos evitar decir malas palabras, porque ellas causan sentimientos feos en la gente.
Entonces entendí que la gente no debe decir malas palabras, ni siquiera la maestra. Sin embargo, me dediqué a investigar más acerca de ellas. Para ello, utilicé las pistas que me dio mi mamá, y le comenté a mis amigos de la escuela sobre mi propósito.
Jugando a los espías, logramos descubrir muchas groserías ó malas palabras, y como no debíamos decirlas, entonces las escribimos todas en un cuaderno especial. Cuando alguno oía o descubría algún nuevo espécimen, lo archivaba en el cuaderno y lo escondía muy bien en un lugar del salón que sólo nosotros conocíamos. Ninguno quería que alguna mala palabra se escapara y le hiciera daño a cualquier transeúnte desapercibido, pero como nada es oculto a los ojos de Dios, al menos eso dice mi abuelita, un día mi maestra encontró nuestro terrible tesoro.
-¿Qué cuaderno será este que está tan escondidito?-vale decir que el cuaderno de las groserías tenía mi nombre, por lo cual toda la culpa recayó sobre mí.
La maestra lo abrió, lo leyó … ¡Y se puso roja como un tomate!. Todos temíamos lo peor, pero sí, la maestra se había contaminado con todas las groserías que casi veíamos saltar libres desde el cuaderno y chocar contra su cara regañona. Ella se llenó de tanta rabia, que no dijo ni una palabra. Me tomó por una mano y corrió conmigo hasta la dirección.
- Directora, lea este cuaderno, aquí esta su dueña… ¡Y espero que reciba un severo castigo!.
Yo me puse pálida. Me senté en un banquito mientras la Directora se ponía los lentes, me miraba con curiosidad y abría de reojo el cuaderno de la discordia.
-Así que la señorita se ha dedicado a escribir vulgaridades en los cuadernos de la escuela…¿Puede usted explicarme esto?
Me creía morir, hasta que recordé lo que había dicho mi papá sobre las profesiones.
-Yo… yo… yo escribí todo eso ahí porque cuando sea grande… ¡voy a ser escritora de groserías de profesión!
La cara de incredulidad y asombro que puso la directora me asustaron, pero asustada y todo, continué:
-Mi papá me dijo que hay que conocer todas las profesiones y elegir una para cuando una esté grande. A mi me gustan las palabras, todas, las buenas y las malas, pero como las palabras malas no se deben decir, yo las voy a encerrar todas en mis libros para evitar que se escapen, y así la gente no las dirá mas. No voy a ser grosera, porque no voy a decir ni una grosería pequeñita, solamente las voy a encerrar en mi cuaderno. Por eso he decidido ser una escritora de groserías.
El asombro y la risa de la Directora terminaron de confundirme. Me dio mi cuaderno, me pidió que lo guardara muy bien, y a partir de ese día ella y la maestra se unieron a nuestra odisea. Mi papá me inscribió en un taller de literatura infantil, y en el salón de clases no cabíamos de la emoción cuando leímos escrito en la pizarra el nombre de nuestro nuevo proyecto:
“ESCRIBAMOS BUENAS Y MALAS PALABRAS”
Ahora todos somos escritores, y aprendimos que las palabras, buenas o malas, nos producen emociones, sentimientos y reacciones para el bien ó para el mal, por eso ahora somos cuidadosos y tratamos de utilizar nuestras palabras para ser mejores.
Por mi parte, creo que voy a ser escritora, y como me encantan las palabras, esa profesión no se convertirá en una procesión; Desde ahora mismo estoy practicando eso de jugar con mis palabras para regalárselas a todos.
Y la idea de escribir groserías… creo que ya no me llama la atención, mejores son las risas y las alegrías, y las buenas palabras causan ese tipo de efectos en la gente.
Para Williangie,
la escritora de groserías.
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