Me crucifico al desplegar los brazos en entrega absoluta. Creo poder sentir la eternidad envolviéndome con su respirar infinito, aunque quizá sea sólo el viento. Ya no sé, no comprendo ni mis propios pasos.
Y aquí estoy, en manos del azar, enfrentándome al vacío inmenso delante de mis ojos. Quién sabe cuántos pisos habitan contradictoriamente desolados por debajo de mis pies?
Cuántos seres deleitándose con el mismo paisaje urbano que yo, con la simple diferencia de que ellos lo hacen desde la seguridad de sus ventanas angostas, limitandose a abandonar sus brazos, y los más aventureros, la mitad de sus cabezas?
Yo me encuentro al borde de una terraza gris, con restos de colores dibujados pura y exclusivamente para ser olvidados. Mi abismo.
Es extraño, la adrenalina me apuñala cada vez que miro hacia abajo... será la inexistencia de un suelo conciso donde horizontalizar una vez sin alma. Nadie tiene afirmaciones para mí, no queda otra alternativa más que guiarme a través de mis sentidos, que talvez se hallen más perdidos que el mísmo cuerpo.
Sigo inmóvil frente a la nada, y a la vez demasiado. Es nada menos que mi vida la que transcurre frente a mis ojos como un holograma, grabando en un cielo intensamente oscuro, cada una de mis lágrimas.
Levanto la mirada, y me veo desaparecer, al fin. Luego descubro, es el aire intentando amortiguar la caída, supongo que no es agradable para el resto de la gente caminar sobre baldosas llenas de cicatrices.
Estoy cerca, sólo unos segundos más.
La sensación de un último frío polar me recorre el pecho liberándome, y me siento realizada de una vez por todas.
Mi objetivo se aproxima, con la piel indetenible voy destruyendo cualquier obstrucción que se presente, esta vez me defino.
Estoy tan cerca... ya no queda más tiempo... ni para respirar una vez más- |