Un día
Sintió rabia y se odió un poco cuando vio deshilachada la vieja cuerda, ya ni sabía cuantas veces se había prometido sustituirla, pero cada vez que la veía recordaba no haber recordado cambiarla; debía hacerlo pronto o el río terminaría por arrastrar su barca hacia lo profundo, además seguramente perdería el trabajo, y aunque sabía que él era el único capaz de hacerlo, seguramente el gran señor lo castigaría; se sentía estúpido, tenía tantas cuerdas nuevas y fuertes en su casa; era sólo cuestión de traer una, o dos, así sería más fácil reemplazar la siguiente, de todas formas el maldito río las corroía tan rápido que sería bueno sopesar la idea de usar algo diferente como amarra.
Se montó de mala gana en su barca y al tocar la cuerda para desatarla esta se descompuso en sus delgadas cuerdas constituyentes, todo era culpa suya, ahora tendría que ir a buscar otra cuerda obligatoriamente; el mundo es sabio, se dijo, castiga y obliga a trabajar doble a los perezosos, pero era tarde y ese problema lo debía afrontar al regresar de la otra orilla.
El asqueroso río estaba peor que nunca, estaba más que arremolinado y agitado, sería un viaje largo y cansado; tomó su larguísimo remo, dio un furioso respiro e impulsó el transporte contra el fondo del río, entonces miró su instrumento y lo amó mas que nunca, no sólo era único y bello sino que le daba una útil sensación de poder y lo defendía de cualquier peligro. Cegado al vanagloriarse de su herramienta estaba inocente del curso de la embarcación; por eso cuando una ola casi lo rinde en cuatro patas vio que los pasajeros estaban muy lejos de su curso, los odió un poco al verlos ansiosos y preocupados antes la visión de su barquero fuera de rumbo.
Trató de cambiar de dirección a la proa, no pudo en un primer intento, el segundo no fue menos estéril, el resultado del tercero lo hizo sentir inepto, el cuarto lo recibió con la palabra fracaso por delante, para el quinto sus brazos estaban tan gastados que comprobaron que el viejo proverbio que recuerda que no hay quinto malo es una falacia.
Hay días en que muchas cosas salen mal pero... ¿qué todo salga mal? Era una desgracia autentica, no había duda. Debía pensar rápido o todo se atrasaría más, por el impulso que llevaba llegaría seguramente a la otra orilla río abajo, lejos del embarcadero donde la clientela lo esperaba, podía sin embargo luchar con su fantastico remo contra la corriente, ir unos metros río arriba y corregir el rumbo, confiaba en su fuerza pero... ¿su herramienta sería capaz de resistir el esfuerzo de la palanca aplicado sobre ella? Era arriesgado; además perder el remo sería cerrar con broche de oro la fatalidad del viaje ¿sería inteligente arriesgarse? Por otro lado si se dejaba llevar por el río luego tendría que caminar río arriba, arrastrar la barca muchos metros contra la corriente y era posible que se rompiera la cuerd... ¿cuál cuerda? ¡estaba desecha en el fondo del río! Tenía que decidir rápido, arrastrar la barca desde la orilla sin cuerda lo atrasaría demasiado, sería castigado seguramente, sin embargo si se rompía el remo su jefe obviamente no le daría uno nuevo y lo reprendería por irresponsable, en otras palabras si elegía probar la resistencia mecánica del remo había posibilidad de disimular el error; movió el cerebro y decidió confiar en su herramienta justificándose al pensar que la distracción madre del actual dilema había sido el remo mismo, si no se hubiera puesto a fantasear con el remo habría mantenido el curso constante y correcto, todo era culpa del báculo que tan orgulloso lo tenía, era hora de que el palo devolviera algo de gratitud a su dueño y resistiera la prueba o los dos quedarían desempleados; tomó impulso, envidió al viejo Siddharta, dio un chilloso suspiro de esfuerzo y probó el coeficiente de elasticidad del remo al máximo.
Habiendo superado el turbulento centro se acerco rabioso a la orilla, entre los muchos mechones de pelo sudado que goteaban reconoció algo que lo sorprendió tanto como la primera vez, o como la segunda, era tan poco usual el fenómeno que jamás perdería su condición de excepción extraordinaria; sin embargo ese día era aún más sorprendente, es más, era doblemente sorprendente; entre los desorientados pasajeros esta vez había no sólo uno si no dos personajes extraños, estaban tan fuera de lugar que era imposible no notarlos, años antes ya habían venido dos visitantes misteriosos, pero por separado y solos, mirándolos bien uno de ellos parecía oriundo del lugar, sin embargo no dejaba de ser sospechoso, se acercó impulsado por la fuerza que había desarrollado olas atrás, dio un último empujón a la barca con su remo roto e inundado de resentimiento ayudó a subir a remazos a sus pasajeros. En realidad no era su costumbre golpearlos, tampoco su pelo era tan poco presentable muy a menudo, sin embargo el esfuerzo lo tenía sudoroso y de mal genio, de hecho su aspecto era deplorable ese día, era una fecha para olvidar; además estaban el par de extraños con quien sabe que excusa o permiso especial para cruzar el río, trató de ser amable con ellos pero no pudo contener toda la rabia acumulada y los recibió con horribles gritos.
Más tarde cuando volvió a su casa, mientras buscaba una fuerte y gruesa cuerda nueva, Caronte se preguntó como haría ése tímido y desubicado mortal para volver a salir ya que él no estaba dispuesto, como había hecho antes con el héroe y el santurrón, a llevarlo en su barca de regreso. Estaba cansado de que los mortales volvieran a la tierra a hablar porquerías de él, siempre cuidaba su aspecto, vocabulario y modales y eso no era lo que reflejaban los relatos de los aventureros.
Pensando es esto cogió una cuerda con sus guantes de trabajo y se la echó al hombro con cuidado de no ensuciar el blanco cuello de su almidonada camisa, recordó también que debía recoger su sueldo antes de volver a casa pues mañana estaría ocupado con su hijo paseando rió arriba.
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