Anoche se murió el Iván, hoy temprano me desperté con el llanto desconsolado de mi prima y el trajín que luego se armó en mi casa. Mi tía esperaba su muerte como quién espera una fecha y una hora para el especialista médico. Antes del mediodía dejamos los pies en la calle con tanto trámite en la funeraria. Luego tuvimos que mandarnos un tremendo plantón en el registro civil para conseguir el certificado de defunción que nos permitiera cerrar el trato con el cementerio.
Es extraño esto de la muerte. Por un lado, la familia se une en torno a ella, aunque sea en una quimera, eso da lo mismo, y por otro; puedo descansar del trabajo algunos días. El olor a gladiolos trasnochados que hay en la casa me tiene medio aturdido. En la tarde llegaron los tíos de las provincias, la mayoría vestía de terno y corbata de naftalina. A algunos no los había visto casi nunca en mi vida, sabía de ellos sólo por las fotos que guarda mi abuela en su closet. Hoy vine a conocer recién a un par de primas que no había visto ni en pelea de perros. Afuera está lleno de autos y buses. Vino casi todo el curso del Iván: puros volados como tontos para el vino en caja. Andaba la Leticia que fue su novia hace un par de años; antes que se le pegara la enfermedad, me acuerdo que a ella le gustaba jugar conmigo al ludo.
Lo peor del día fue el numerito que nos pegamos en la iglesia. Al final tuvimos que pedirle los servicios religiosos a un picante pastor de una de las ciento de iglesias evangélicas que existen aquí en la población. Se llama Saturnino Aliste y es más chanta que la mugre. Claro que los de la parroquia ni nos pescaron, por alguna razón estaban enterados de la causa de muerte del Iván. No hubo caso, ni siquiera cuando mi prima la Sole le cruzó las piernas al cura. El viejo religioso ni se inmutó; para mí que era gay; en fin, el asunto es que no se compadeció de nosotros y tuvimos que devolvernos sin nada. Algunas vecinas cuáticas ni siquiera han asomado la punta de la nariz por el velorio; tienen miedo a contagiarse.
Cuando se supo lo del bicho que se le pegó al Iván, los cahuines proliferaron como el polen en la tormenta. Se dijo desde que a mi socio le gustaban ‘las patitas de chancho’, las casas de putas, hasta que el bicho se le había pegado porque le gustaba practicar la zoofilia. Fue tanta la cuestión que mi abuelo nunca más le habló, así de radical; y ni hablar de su trabajo, simplemente le pusieron la patada en la raja casi inmediatamente. Desde allí y para adelante el Iván se cayó al trago; se lo tomó todo y con todos, se transformó en un borracho agónico. Es extraño porque yo nunca lo ví con los ojos pintados, algunos de los que estuvieron esta tarde dicen que sí. Al principio nos hablaron de que el bicho se podía pegar por las encías, así que nadie en casa se atrevía a usar el cepillo de Iván. Lo mismo acontecía cuando entraba al baño, el que lo seguía le daba vuelta una botella entera de cloro al inhodoro antes de sentarse en el mismo lugar. Pasaba lo mismo con las cucharas soperas, los tenedores, las cucharas; al final el servicio que usaba el Iván estaba lleno de marcas para evitar las confusiones.
A estas alturas da lo mismo; el Iván está más muerto que mi abuelito Juvenal. Duele eso sí haber tenido que escuchar tanta tontera en la escuela, como si los pobres afectados por el bicho no fueran personas; el Iván fue siempre el Iván hasta ayer que se murió. Incluso a mí me afectó la cuestión esta: en la universidad las minas no me aguantaban nada que no fuera con condón. En el día habré escuchado unos cien chistes en el patio. Cada dos horas más o menos a mi pobre tía le vienen los ataques de llanto. Hay que estar pendiente de ella, darle las pastillas cada seis horas. Lo más penca de todo es que no voy a poder jugar más play station con el Iván, él era seco en el FIFA 2005. Al final jugábamos igual, incluso cuando estuvo con la mascarilla de oxígeno y la maquina esa que sonaba cada vez que al Iván le faltaba el aire.
Dicen que el cajón lo sellaron con lata y plástico para envolver comida. Dicen que la cara del Iván muerto, es de una profunda paz. Yo no se de dónde la gente saca esas patrañas cuando la realidad es que la cara del pobre está que se revienta. El bicho lo dejó para la historia, apenas pesando 30 kilos y con un color tan púrpura que parece aceituna. Los últimos días el Iván parecía gorrión recién salido del cascarón, un perro con distemper, tosía más que minero con tisis. A partir de hoy dormiré en su cama; todo lo que tenía me lo dejó como herencia, aunque a mí no me gustaba mucho su onda media electrónica, yo más bien tiro para el lado del rock and roll, esa onda. Todo el día he tratado de hacerme el tonto y no llorar, ver a tanta gente metida en la casa me ha servido -hasta ahora- para hacerme el huevón y no llorar; claro que a estas alturas tengo un novillo atravesado en la garganta y he fumado más que un condenado a muerte. En cualquier minuto reviento, soy un niño con bomba, el primo chico del contagiado con el bicho.
Mañana lo iremos a dejar al nicho, lo vamos a pasear en andas por la calle, un poco para taparle a la boca a la gente. Mi tío Julio dice que vendrán al entierro todos los chicos del baile religioso de la villa del volcán; a la iglesia no lo vamos a poder meter, así que el pastor dirá unas palabras en la gruta que hay camino a la playa, al lado de la línea del tren, ojalá que la abuela no se nos insole. Tampoco fuimos autorizados a pasar por el liceo de los franciscanos, donde estudió el Iván hasta que salió, ni siquiera respetaron que en vida fuera líder de la catequesis, así que en su reemplazo pasaremos por la cancha no más…a nada. El Iván era de esos que dormía con los curas en los retiros que se armaban en la playa todos los fines de semana santos. Algunos dicen que desde allí que se le pegaron las malas costumbres.
Mañana seguro que recién voy a sentir ese vacío que trae consigo la muerte. Es un hecho que voy a seguir escuchando su voz por varios días más, como si estuviera vivo; capaz que hasta lo vea penar por la casa. Lo único que le pido a Dios es que con él se haya ido también el bicho que se lo llevó siendo joven aun. Dicen que hay que ir a buscar a mi tío Cipriano al terminal de buses, antes eso sí intentaré comer algo; quizás un consomé de gallina de mi madrina.
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