La boca del hombre se quiebra en una línea, que por el lado izquierdo, casi se une a la barbilla. Pequeñas manchas violáceas cubren parte de la frente. Brillan, a través de la delgada película de sudor, que desciende lentamente desde el pelo y se escurre por detrás de la oreja, hasta manchar el nacimiento del cuello.
Los ojos, detenidos en un punto lejano, parecen no reconocer a toda esa multitud extraña que se le acerca, cargada de olores y palabras que saturan el aire y resbalan por las paredes de la habitación. Las otras pupilas, casi no miran al hombre. Circulan, se mueven, se quedan detenidas en grupos pequeños. Cuerpos, altos, bajos, gordos, delgados, saludan, se aprietan, se estiran las bocas, se encogen, entregan caricias, huellas de saliva quedan sobre la superficie de una piel caliente, otras, áspera, fría.
Sonríen, callan, alguno que otro está pensativo en un rincón. Juntas la manos, repite algo en voz baja , que no alcanza a escucharse en medio de ese zumbido que baja y sube a intervalos.
El hombre continúa con las manos blandas cruzadas sobre el pecho. Pequeñas cantidades de sangre circulan por sus venas. No pueden entregarle movimiento a sus músculos. Estos se estiran en forma imperceptible. Y una mancha cubre el paño donde se asientan.
Mi voz suena fuerte cuando le digo al taxista la dirección. Se trata de la casa de mi abuela. La casa donde conversé, hace años, por última vez con mi padre.
Un temblor incontrolable recorre mi cuerpo cuando cruzo la puerta y entro. Avanzo entre las sombras, mientras un brazo se enrosca a mi pecho y una voz susurra en mi oído. Mi boca trata de modular palabras, mientras llego a su orilla.
No puedo impedirme tomarle una mano y pegarla a mi cara. Empujarla suavemente de aquí para allá. Una caricia guiada, una excursión en la que todo está previsto. La mano se deja llevar. Resbala por mi mejilla y después, cae nuevamente sobre el pecho.
Las cuatro velas que encienden la noche despiertan las pupilas del hombre. De su boca no salen palabras, sólo un pequeño hilo de sangre.
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