MAÑANA ME DIRÁS NUNCA JAMÁS
Hoy tenías el corazón nublado. Me di cuenta tan sólo con verte y ya me imaginé que Raúl, para variar, tendría la culpa. Además, tampoco te habías pintado los labios y una de las medias tenía una carrera que atravesaba la avenida de tu pierna izquierda.
Ya habían pasado como tres años desde que nos conocimos en el ascensor. Cuando tocaste el botón del octavo recordé que mi madre comentó durante la cena que teníamos nuevos vecinos. Ya habían pasado como tres años desde que te amaba y el botón del octavo seguía funcionando pero los vecinos ahora eran otros. También habían pasado como tres años y tu seguías de novio con el imbécil de Raúl. Los dos siempre nos mirábamos torcido, él a mí porque se daba cuenta de mis ilusiones contigo y yo a él porque no entendía como un energúmeno neurótico egoísta machista y déspota podía estar a tu lado.
¿Tomarás café? te pregunte en una nube. No, gracias, hoy prefiero un té. Ya estoy bastante cargada esta mañana, tampoco me pidas la tostada de siempre, tengo un nudo desde ayer en la garganta. Y yo, que quería ofrecerte el mundo en una bandeja de plata, la sacarina, las tostadas, la mantequilla, la mermelada, el periódico, tu canción preferida, una flor exótica; sin embargo, te miraba en silencio aún en mi nube esperando el típico ¡con Raúl ya no va más! y esta vez te lo digo en serio. Y yo por dentro gritando de felicidad, soltando veinte mariposas en mi corazón, tirando papel picado sobre mis sueños, celebrando un ¡al fin desaparece este Guadiana!, contando por enésima vez los colores del arcoiris que surgía de un lado a otro de tu maravillosa sonrisa, dejando propina al camarero que no nos había traído la cuenta y en broma, que para mi desgracia no era ninguna broma, te contestaba con un ¨en cuanto él te llame esta tarde ya se te habrá pasado¨. Y la verdad es mi sinrazón con un solo dado de azúcar, y nuestro amor, o mejor dicho, mi amor hacia ti, es un tornillo que no quiere dar mas vueltas, porque tengo la certeza de que esta tarde estarás jugando con tus dedos de ángel entre los rizos de su melena, tumbados en el sofá donde yo me siento a escuchar tus quejas cada vez que me llamas y seco tu mar de tristeza con kleenexs de seda.
Y yo que siempre tengo mil pares de ojos para verte, una colección de palabras para animarte, cataratas de lágrimas para ahogar tus penas, me mantengo firme y fiel para acompañarte, para rescatarte de ese monstruo de siete cabezas pero sin un dedo de frente, sin ningún sentimiento, sin el mas mínimo sentido del amor, sin nada de ternura. Y tu, a veces, en la distancia, olvidándote de que existo, encerrada en tu ¡ ¿porqué me hace sufrir así?! o en tu ¡cada día me siento mas desgraciada!, esperas que yo apague el incendio que sabes muy bien que tiene nombre propio. Y propio de mi torpeza, derramé la taza sobre tu falda, mis sueños sobre la almohada, mis besos en el infierno, mis disculpas en los ojos de Raúl que se había presentado de golpe y me volvía a echar una mirada torcida. Torcidas quedaron las agujas que marcaban los minutos mágicos de verte, de oírte, de olerte, de sentirte tan cerca y tan lejos. Miré el reloj y fingí una cita con algún cliente y con la excusa de que llegaba tarde, os di un hasta luego que lo paséis bien no seáis tontos que la vida es corta, con todas las ganas de quedarme y estrangular a Raúl que me echaba el humo de su Ducados en la cara. Ya en el taxi, planeaba mil maneras de sacártelo de encima, de sacármelo de en medio y quedarme contigo toda, tu te ti conmigo, yo me mi contigo. Y sintigo pasé toda la mañana en la oficina con un tremendo dolor de cabeza, toda la tarde de reuniones interminables bebiendo café, tan negro como el odio que acumulaba, toda una cena sin la más mínima gracia con un grupo de empresarios japoneses interesados en entrar en el mercado español. Luego, pasé a solas lo que quedaba de la noche mirando los círculos que dejaba mi copa de Jhonie Walker sobre la barra de Balmoral. Para moral la mía pensé repasando parte de la historia de mi vida. Manolo me puso el último trago, eran las tres de la madrugada y ya iban a cerrar, mientras, Agustín hacia la caja y se reía a carcajadas consciente del vía crucis de mis desgracias. El frío de la noche me sacudió las ideas y me fui caminando con la esperanza de verte aparecer por cualquier esquina. En la penúltima esquina camino de casa surgieron tres tipos con ganas de pasar la noche a costa de lo que tenía en la billetera, no opuse resistencia, era poco lo que quedaba en ella y eran muchas las posibilidades de recibir una paliza. Ya en casa y al abrir la puerta, vi como me guiñaba el contestador, supe que eras tú y no me equivoqué. Tu voz entrecortada me pedía que fuera a buscarte, te habías vuelto a pelear con Raúl y no te dejaba entrar en casa. Era muy tarde, estarías sentada en algún banco cansado del Paseo del Prado. Volví a salir, pasé nuevamente por la penúltima esquina, esta vez fueron más amables, me pidieron fuego y también, si no me importaba, querían saber la hora. Mañana no tendré mas remedio que ir a comprarme un reloj, un encendedor y otra billetera.
Y allí estabas, malditamente frágil, malditamente golpeada por dentro y por fuera. Con esa cara de tristeza y de dolor pidiéndome un abrazo. Y yo, como si el carnaval no hubiera ya pasado, seguía con mi máscara de hierro, la de no te preocupes, aquí estoy, soy impenetrable, no me duele verte así, no me duele nada, porque el que nada y no sabe guardar la ropa en este mundo está perdido. Pero en el fondo, estaba desgarrándome por dentro, sufriendo tanto o más que tú y jurando por mi vida que ese cabrón me las iba a pagar.
Busque minutos imposibles de cada día para poderte ir a ver al hospital, luego decidí pedir una semana de permiso en la oficina para acompañarte, para mimarte, para protegerte, para retarte, para amarte y a Marte sabes que voy si por amor tu me lo pides. Pero estabas más sensible que nunca, más intratable que nunca, mas desconfiada que nunca, más distante que nunca. Y nunca podré olvidar aquella mañana, cuando llegando a toda prisa al hospital, con la ilusión de estar contigo, con la ilusión de sentirme tu sombra, tu bastón, tu guía, tu espejo; te vi subiendo al coche de Raúl para no saber de ti hasta que te acercaste a mi en el cementerio de La Almudena.
Tardé un segundo en abandonarlo todo. Esperaré toda la vida hasta volver a verte. Esperé que el guiño del contestador automático volviera a ser mi cómplice. Tardé un océano en comprender que nuestro amor era imposible. Tardaré lo que sea hasta cumplir con mi promesa. Espero que te encuentres bien, a pesar de todo.
Lo de Raúl resultó más sencillo de lo que me imaginaba, solo me bastó con pasar a altas horas de la noche por la penúltima esquina hacia mi casa, contratar a esos amigos de lo ajeno y esperar los resultados. Pero se pasaron de la raya, lo que iba a ser un simple susto, un toque de atención, acabó en un ensañamiento, en una tremenda paliza, en una ida a urgencias al hospital más cercano y en un viaje sin billete de regreso hacia el cementerio. En La Almudena fue la última vez que nos vimos, fue la última vez que me miraste a los ojos, fue la última vez que pude oír tu voz. Luego me detuvieron, no hice nada por declararme inocente. Ni el tremendo disgusto de mis padres, ni el escándalo en la familia, ni la sorpresa de los pocos amigos, ni el cotilleo de los tantos vecinos, ni el ¡mira tu por donde! de los compañeros de oficina me afectaron.
Ahora, desde la cárcel, te escribo por si te molestas en querer saber la verdad:
Ha pasado todo tan rápido, en el cementerio sólo me hablaste para saber los motivos por los que mandé matar a Raúl, que la policía había cogido a los responsables y que estos me habían delatado. Tus últimas frases, tu cruel ¡te odio!, tu injusto ¡nunca soportaste que fuera feliz!, siguen retumbando en mis oídos. Recién entonces me di cuenta de que nunca notaste lo que sentía por ti. Lo hice porque te amo Clara, simplemente por eso, porque te he amado desde siempre y tus ojos estaban ciegos ante mi corazón vivo, ilusionado, protector, castigado y ahora partido en mil pedazos. Por eso he llevado a cabo esta venganza que solo pretendió ser un pequeño susto y terminó como terminó. Ya sé que te parecerá atroz, pero con el tiempo, cuando estés mas tranquila, verás que te has quitado un gran peso de encima. No podía seguir viendo como eras maltratada y quedarme con los brazos cruzados. Acaso pensé que tendría esa oportunidad, pequeña, pero al fin y al cabo una oportunidad de que llegaras a amarme. Acaso mis ojos eran los que estaban ciegos ante tu corazón lleno de vida, ilusionada tu, enamorada y castigada toda por ese animal de Raúl, ese mal nacido al que maldigo eternamente. No me perdonarás, pero igual que no te lo reprocho, no me arrepiento en absoluto de nada de lo que he hecho. Me habías pedido que no te siguiera protegiendo, que ya eras mayorcita, que eras libre de hacer tu vida y que me quedara con los brazos cruzados. Pero el amor es ciego Clara, nadie mejor que tu debe saberlo, fui perdiendo el equilibrio en cada empujón que me daba la vida. Ahora que las palabras te amo ya están escritas, que me cuesta un todo saber que te he perdido para siempre, solo puedo decirte que he vivido este amor en silencio y que he buscado siempre mil maneras de mantenerte al margen, pero ser amigas me resultaba demasiado poco. Sé que la culpa es solamente mía y que tu tenías todo el derecho del mundo de aceptar como te venían las cosas. Por esto y por todo lo que me he callado en esta tragicomedia de tres años te pido perdón, te pido perdón por no haber sabido conformarme. Pero te repito una vez más que no me arrepiento de nada. Creo que he vivido estos últimos años para amarte, porque la ilusión es lo último que se pierde. El amor es un puñal de doble filo, te lo repetía tantas veces y tu te reías y me preguntabas, medio en serio, medio en broma, que cuando encontraría un novio, y yo te decía siempre lo mismo, que acabaría por quitarte a Raúl. Lo que son las cosas Clara, fue lo único que acerté en la vida. Por esto y por todo lo que vivimos juntas, guárdame como una flor en el ojal de tu recuerdo, porque se que mañana, cuando leas esta carta, me dirás nunca jamás.
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