Anterior [C:14566]
Así, sentado en la orilla de aquel catre con la cara entre las manos y unos, casi, inaudibles gemidos saliendo de su garganta, se hallaba Ángel Afijo después de que cerrasen la puerta del cuarto en el que se encontraba. Estaría ahí incomunicado, de su libertad, en los próximos… doce años. Había sido condenado de dar muerte a una persona que, tan solo, había pretendido ser su amigo. Los hechos acaecidos y que, a la postre, fueron los que llevaron al jurado popular, a la pronunciación de su culpabilidad, finalmente fueron comprendidos por Ángel en el momento del veredicto. En su defensa solamente alegó que había actuado por motivos estrictamente personales, por haberle faltado a su confianza, a su honor. No lo había hecho por otro motivo.
Antón Sufijo y él, habían sido muy buenos compañeros de trabajo, compartieron durante bastante tiempo el mismo turno y horario, por eso se llegaron a conocer tan bien. La amistad laboral fue creciendo hasta que llegó a trasladarse al ámbito personal. Los dos compañeros y amigos, con sus respectivas esposas, promulgaron esa amistad con salidas a las playas, merenderos, salas de baile, comidas, cines, etc.
Sin darse cuenta, se fueron apartando de sus antiguos círculos de amistades. Se encontraban tan a gusto los cuatro juntos que no llegaron a necesitar de otras personas para pasar sus ratos de ocio.
Cuando sus otros amigos, no los de Antón, le vinieron a contar que su tan “querido” amigo y su mujer, Elisa, tenían una aventura, montó en cólera y les creyó todo lo que le dijeron. No se preocupó en ningún momento (poco tuvo) de verificar las infamias y calumnias, que sobre su mujer y amigo estaban vertiendo. Armado con un revolver se dirigió a su hogar y quiso la casualidad que Antón estuviera en él, acompañado por Elisa y Lucia, la esposa de este. Los tres estaban allí reunidos inmersos con los preparativos de una futura fiesta sorpresa que pretendían hacerle con motivo de su ascenso a Director Gerente en la empresa en la que trabajaban los dos, y que a Ángel aun no le habían notificado. Entró en el recinto hogareño como una fiera y sin mediar palabra, ni pedir explicaciones, descargó el arma en el cuerpo de su amigo. La fortuna quiso que la puerta del lugar del crimen, quedase abierta y mientras él volvía a cargar el arma, las dos mujeres lograron escapar y dar aviso a la policía.
Ahora, tarde, en la triste soledad de aquella celda, comprendía todo. Sus “otros” amigos se la habían vuelto a jugar de nuevo. Y todo por su poca personalidad. Lo conocían muy bien y sabían de su temperamento caliente y alocado No le habían perdonado que los dejase por una nueva amistad. Con amigos como estos ¿Quién quiere tener enemigos?
Siguiente [C:15250]
|