Caminaba solo, vivía lejos y nadie quería acompañarle, era tarde. Durante el camino pensaba, en cualquier cosa, en cualquier tema, solo quería matar el tiempo para así no rendirse ante la monotonía del camino. A veces volvía la mirada para alimentar al temor de ser perseguido pero tampoco lo alimentaba mucho.
Eran las 2:10 de aquella madrugada de invierno cuando llegó a su casa. El frío era un cruel enemigo y sintió alivio al entrar al portal, donde había calefacción. Se dirigió hacia el ascensor y apretó el botón. Esperó.
Desde hace tiempo el ascensor estaba en decadencia y su velocidad era bastante pequeña. Mientras esperaba delante de la puerta del ascensor apoyó la cabeza en la pared y la dejó caer por su propio peso confiando en la unión existente en su cuello. Cuando abrió los ojos éstos apuntaban directamente a los buzones. Era curioso, una carta blanca asomaba por la abertura del suyo. El ascensor llegó.
Se tomó su tiempo en coger la carta, eran más de las dos de la madrugada y no era de esperar que alguien necesitara el ascensor excepto él. La cogió, era extraño, no había remitente, tan solo destinatario: él.
Abrió la carta y en ella encontró doblado un único folio. Al desplegarlo se encontró solo con tres palabras:
Eres una farsa
La miró extrañado y la guardó en el bolsillo arrugándola. Subió al ascensor, llegó a casa y se lanzó a la cama en un sueño profundo y largo.
Y tanto que fue largo, su madre lo levantó entre gritos a las 4 de la tarde, tendría que comer. Se había acostado con la ropa puesta así que no se molestó en vestirse. Fue al lavabo y se lavó la cara. Al caminar hacia el comedor notó un bulto en su bolsillo. Lo cogió y lo volvió a desplegar.
Eres una farsa
Era la carta de ayer, bueno, si puede llamarse carta. La volvió a arrugar y la lanzó lo más lejos que pudo dentro del pasillo. Fue a caer a su habitación.
La comida no estaba a su gusto aquel día, sobretodo por la temperatura. Hacía dos horas que se enfriaba en la mesa así que no es que estuviese muy caliente.
Volvió a su habitación media hora después de salir de ella y chutó el folio arrugado hacia debajo de su cama. Se estiró en ella, simplemente para no hacer nada.
De nuevo el camino hacia su casa, volvía del primer día de colegio, el primero de la semana. Ese que todo el mundo llama Lunes por no llamarlo ?putada?. Hoy la mochila pesaba. Al llegar al portal se dirigió directamente al ascensor y apretó el botón. Un rápido recuerdo pasó por su cabeza y miró al buzón con extrañeza. De nuevo un sobre, con una esquina fuera del buzón, totalmente blanco, sólo con su nombre. Lo cogió rápido y subió al ascensor hacia su casa.
Allí, en su habitación, dejó la mochila y abrió el sobre. Ante él otra oración contundente:
Y ni siquiera te preguntas porqué
La miró con una extrañeza similar a la de ayer y se agachó para recoger la primera, que yacía arrugada bajo su cama. Comparó la letra, era la misma.¿Quién podría haberle escrito dos cartas así? Era un desperdicio de papel y él contribuyó arrugando las dos y devolviéndolas al abismo que convivía con él bajo su cama.
Se sentó delante de la mesa a hacer los deberes. Mucho número, como a él le gustaba. En un par de horas tenía listos los deberes de química, física y matemáticas. Fue al comedor a ver si ponían algo interesante por la televisión. Sus padres volvían de trabajar sobre las 10 de la noche así que tenía toda la tarde enterita para él solo. Entre programas de corazón y reality shows acabaron con su paciencia así que la apagó rápido. Volvió ante el panorama salvaje de su habitación Se estiró en la cama y se durmió.
Eran las 10 cuando su madre lo despertaba. Mientras volvía a la realidad oía como su madre le decía que si dormía tanto por el día acabaría sin dormir de noche.
Se acercó al comedor a cenar. La relación con sus padres no era mala, pero él no tenía muchas cosas que contar así que las cenas eran un monólogo por parte de la televisión. Se consideraba un buen chico y sus notas eran altas. Entre los últimos cumplidos que había recibido era que era maduro para su edad y que era muy buen chaval. Él contesto: ?No alimentes mi ego?, con lo que dejó una imagen de mayor madurez aún. Pero en solitario tenía crisis, batallas internas, las cuales eran muy molestas y fatigosas.
Esa noche durmió bastante a pesar de la gran cantidad de horas que había dormido entre el domingo y el lunes.
Por la mañana bajó al portal y antes de salir miró al buzón esperando ver otra carta. Y allí la encontró, blanca y sobresaliendo, sin remitente, sólo destinatario. La conservó cerrada durante el camino y al llegar a clase la guardó en la mochila.
En el patio al buscar su cartera entre los libros se encontró con la carta. La sacó y uno de los que rondaban por allí, presuntamente en su grupo de conocidos, se la robó y corrió invitándole a perseguirle. Él no hizo caso, siguió sentado esperando algún comentario. El chico abrió la carta y leyó en voz alta:
No eres como te consideras. No eres como te consideran. Eres una farsa y aún sigues sin preguntártelo.
?¿Un poco desalentador, no crees?? comentó una voz al lado suyo. Era su amigo, su único amigo. Le miró y le invitó a acompañarle con su mirada. Por el camino robó con un rápido movimiento la carta de entre las manos del chico que todavía conservaba una mirada de burla.
- He recibido dos más ? le dijo a su amigo.
- ¿Qué decían?
- La primera es la penúltima frase de esta y la segunda es la última. Parece que quiere enviarme un mensaje paso a paso, gastando papel.
- ¿Sabes quién es?
- No, ni me importa, pero quizá me importe cuando acabe de escribirme lo que quiere hacerme saber.
- ¿Tienes alguna idea de qué puede querer?
- Quiere hundirme.
- ¿Hundirte?
- Sí, hundirme entre las aguas del pesimismo.
- Ah, ¿y lo consigue?
- Aún no.
Volvía a recorrer el camino hacia su casa. Esta vez solo pensaba en las tres cartas. No sabía qué hacer ni qué pensar. Al llegar al portal corrió directamente hacia el buzón pero ese día no hubo correo, ni carta.
Subió a casa y se estiró en la cama y empezó a darse ánimos.
- Quiere hundirme pero no lo conseguirá, no sé como pero ha conseguido turbarme, ponerme nervioso. Pero no lo conseguirá, no...
Cerró los ojos y se durmió.
Se levantó a las 7 de la tarde, ese día no tenía deberes así que decidió salir a dar una vuelta, para despertarse del sueño y tranquilizar sus nervios.
Bajó pero los nervios no se tranquilizaron. Otro sobre, ésta vez en el suelo. Se veía claramente su nombre garabateado en él. Lo cogió y se sentó en las escaleras a leerlo. Esta vez era algo más largo.
Observa, piensa, siente, pero sobretodo sé. Eres un ser humano y te consideras mejor que cualquier animal que camine a tu lado. Sé que incluso te consideras mejor que toda esa gente que camina a tu alrededor. Te crees mejor, sí, lo veo, veo como desprecias en secreto a toda esa gente que te rodea siempre. Sí, a esos que llamas conocidos para etiquetarlos de una forma, para hacerte ver que no llegan al límite establecido por ti, el límite de la amistad. Te echas flores expresando tus ideas de respeto y amor, tus ideas de tolerancia, de comunidad, ¡de PAZ! Pero sin embargo corren por tu mente pensamientos despectivos, pensamientos ruines y crueles. Te idolatras. Te ensalzas, te crees que por tus gustos eres más inteligente, tienes más ideas. Eres una farsa y espero que ahora te preguntes por qué.
Confuso, salió del portal y caminó. Caminó sin rumbo, no dirigía sus pensamientos hacia sus pasos, sino hacia la carta. De nuevo le había impactado, pero de mayor manera. El contenido era más extenso, pero el mensaje era el mismo: eres una farsa. Se repetía constantemente en su cerebro. Había tocado el cable que hace saltar la chispa, había volcado el vaso y él tendría que enderezarlo si no quería perder toda el agua.
Entre sus pensamientos consiguió recordar varias conversaciones con su amigo, en ellas le explicaba sus problemas, sus batallas internas, las mismas batallas que fueron despertadas por la carta. Batallas en que parecía que él mismo se transformase en ángel y demonio y se atacaran mutuamente con críticas. Entre ellas siempre sonaba la palabra hipocresía. ?No puedes cambiarte, eres así, eres humano y como humano no te quieres e intentas mejorarte alegando que debes no ser para eliminar tus defectos. Eso es hipocresía?. Era la crítica más dura que había recibido de su demonio, de él mismo. Y ahora resonaba en su mente junto a la otra.
Había llegado a un bosque, vivo, y no sabía cómo. Caminó sobre las hojas caídas del otoño y mojadas por la lluvia de esa noche. Caminó sin rumbo, no seguía el sendero, caminaba entre los árboles, observándolos y esquivándolos, como los golpes en sus batallas. Pero era más fácil esquivar árboles que golpes y llegó a una llanura de vegetación espesa.
Allí se dio cuenta de la hora que era, o al menos de que la noche estaba llegando. Deshizo el camino hasta que llego a la ciudad y caminó hasta su casa. Aún conservaba la carta entre sus manos. Se acercó al buzón pero esa noche tampoco había correspondencia. ?Mejor? pensó, ya había recibido por ese día.
Despertó a las 12, alarmado, se había dormido. ¿Cómo era posible? Había dormido mucho en los tres días anteriores y no era posible que tuviese tanto sueño como para no oír el despertador. Decidió quedarse, tan solo quedaba una hora y un poco más para que acabasen las clases y no le daría tiempo ni a llegar a la última.
Decidió quedarse en casa hasta las 3 para no despertar las sospechas a los vecinos así que simplemente se estiró en sofá y engulló la programación con pasividad. Entre griteríos y querellas echó una cabezada, algo de nuevo sorprendente debido a la gran cantidad de horas que había descansado. Pero no fue un descanso. Ante él la oscuridad absoluta y una voz. Las palabras silbaban el aire llegando a sus oídos. Eran susurradas pero se oía claramente lo que querían decir: ?¿Quién eres?? Despertó sudando.
Después de comer bajó a ver si había llegado el correo. Llevaba unos días obsesionado con ello y se sorprendía de que nadie lo hubiese notado. Nada nuevo. El buzón estaba vacío y un nudo se hizo en su estómago. Lo estaba controlando, había conseguido apartar sus pensamientos de su vida y dirigirlos a esas cartas. Incluso sus sueños le llevaban en la dirección de ese mensaje Y eso lo aterraba.
Ese día no salió. Se quedó en casa, charló un poco con sus padres esa noche intentando olvidarse del tema y decidió que volvería a su vida normal.
Pasaron unos días sin ninguna noticia del misterioso remitente. Había recuperado un poco la serenidad y el sueño no se repetía. Había vuelto a su vida. Todo volvía a ser normal.
En el colegio se olvidaron rápido de aquella carta, no era algo con suficiente jugo como para contarlo. Él estaba más tranquilo.
Era un viernes cuando bajó a dar un paseo. Al salir del ascensor y ver la blanca pared tuvo un mal presentimiento. Se giró. En efecto, de nuevo una carta sobresalía. En el exterior del sobre ponía su nombre con la misma letra que las anteriores cuatro. Esta vez la conservó cerrada. Salió del portal y se dirigió al bosque donde había llegado hace unos días. Resultaba ser el bosque de las afueras de la ciudad, una zona conocida.
Durante el camino pequeñas pero intensas preguntas llegaban a su mente, paseaban por ella y turbaban su firme expresión. ?¿Quién es? ¿Qué pretende? No, mejor ¿Por qué yo?
Entre sus labios se podía ver un gesto de rabia, de odio, de obsesión. El camino se le hacía eterno pero una fuerza lo arrastraba a abrir la carta en aquel bosque. Una fuerza ¿o su rabia? Su sed de venganza, su ego.
Caminó por el último cruce que lo separaba del bosque. Al tocar el suelo vivo comenzó a correr sobre él hasta que las fuerzas le menguaron y decidió sentarse en el suelo, apoyándose en un árbol. Estaba cansado, pero aún conservaba su odio, su rabia.
Abrió rápido el sobre y cogió el papel directamente, sin contemplaciones, solo quería leer lo que quería decirle. Dejó caer el sobre en el suelo y miró hacia la carta.
¿Eres tú? ¿o tu conciencia?
Parecía tan solo una pregunta, una cuestión. Pero no era eso, era una provocación, un ataque directo, un ariete hacia su ser, una lanza en su ego.
Comenzó a respirar cada vez más rápido, cada vez más fuerte. Sus ojos reflejaban una cólera almacenada durante todo ese tiempo. Sus manos se aferraban al papel, intentándolo atravesar. Aquella carta despertó su demonio, su lado oscuro.
Se levantó de un salto y lanzó la carta lo más lejos que pudo. Gritó, y algunos pájaros huyeron volando. Entre los alaridos ininteligibles se escondía un mensaje, pero de momento borroso, invisible. Se desató su locura, gritaba sin cesar, la pagaba con los árboles pegándoles patadas y puñetazos. Mientras lo hacía no gritaba, solo murmuraba algo. Un murmullo que crecía en volumen a cada golpe. Al dar el último golpe su grito se extendió.
- ¡¡¡¡¡¿QUIÉN ERES TÚ PARA JUZGARME A MÍ?!!!!!! ¿EEH?!!!
Gritaba pero estaba solo, dirigía su mirada hacia el cielo, con los brazos abiertos.
- Sé que no soy perfecto, pero tú tampoco lo puedes ser. No soy una victima y tú no serás mi verdugo. Sé que puede ser imposible cambiarme pero no desistiré ¡¡y no conseguirás que me hunda!!
Colocó las manos en su cabeza y se dejó caer de rodillas. Empezó a llorar.
- No puedes arremeter contra mí, ¡No te he hecho nada! Tan sólo quiero un mundo mejor, tan solo quiero un yo mejor, ¿es mucho pedir no querer ser más perfecto?
Después de estas últimas palabras cayó al suelo. Llorando pero con los ojos cerrados con fuerza. Sólo se oían sus sollozos.
Tres minutos después decidió levantarse. Abrió los ojos y se apoyó sobre sus manos. De nuevo ante él el sobre. Aún las lágrimas mojaban su rostro. Pero algo había dentro del sobre, algo que no había notado. Se acercó y cogió lo que aun restaba en su interior.
Una imagen. Una fotografía. En ella se mostraba a una mujer. Pero ella también lloraba. De sus ojos habían brotado dos lágrimas: una negra y otra blanca. Las dos estaban a la altura de las mejillas, a la misma distancia, a la misma altura, como marcando límites.
Debajo de la foto una frase:
No era hundirte lo que yo quería.
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