Así son las miradas errantes de una ciudad cualquiera; nuestros ojos hablan, gritan, piden.
Pero es un alarido curvo, que se retuerce hacia dentro, y desde su imposible proyección fantaseamos.
Las miradas hablan, sí, pero no oyen. Todos los ojos encerrados aqui preguntan e imaginan las respuestas. Una retroalimentación reflejo del mundo como es; paradójico en la transmisión de la comunicación.
Aún, la mayor mayoría de veces las miradas son esquivas, temerosas.
Y todos caminando por entre las venas de una ciudad podrida, como partículas con gravedad propia, que se repelen y nunca se tocan, por muy hacinado que esté el pasadizo, evitándonos contactos molestos y temiendo y más temiendo a los ojos de nuestro vecino de viaje.
Ya ni siquiera se mira la gente a los ojos (¿lo hicimos alguna vez?), y cuando coinciden las miradas en un cruce, quizá las dos puedan hablar; pero ninguna escucha nada.