Desaté ataduras invisibles,
a la par de los gritos que exigían
transformación de realidades.
Quise ver a mis miedos correr,
para estar preparado
en medio de la soledad inventada
y en la cual el frío se aferraba a mi existencia.
Cada lágrima se vestía del silencio
esfumado en el ritual de los momentos.
Avistaba incomprensión
por no tener palabras
a pesar de conocer el valor de una sonrisa.

Como espejos,
mil veces se devolvió mi reflejo,
tan brillante
que me fue desconocido.
Segundos exactos en los que dejé de ver
de sentir,
de esperar.
Como si el corazón olvidara latir
y recurriera a las pausas
en que el tiempo detiene
su incontenible avance.

Quise apagar las luces,
para garantizar la huída gratuita.
Los pasos siempre me llevaron
hasta el mismo punto,
y asumí que mi realidad
podía ser la única posible.
Volví a ocultar mi rostro
apelando a los temores que continuaban su carrera.
Seguía en espera de cambios,
aspirando a un resultado diferente,
y aun cuando la apatía fue asumida como hábito
soñé distinto por única vez.

No moví mis brazos,
existencia inmóvil.
Desconectados los sentidos
en el afán de imaginar un cambio.
Los mundos que transito,
fueron ajenos a los sueños,
no quedó más salida que la obvia.
Grises confundidos con el color de la ciudad,
único escape al cual aspirar:
ser parte,
de colectiva soledad.