Duró... un instante...
Lo que demora en seguir al siguiente minuto la manecilla de un reloj, una bofetada seca, la tos impertinente entre dos versos o el intenso sonido de la bocina de un coche.
El quejido ausente en el pasillo aséptico de un hospital, el golpeteo sordo de una cañería rota, el crujir de dientes en una fría celda o el ronquido profundo de un estómago hambriento.
Un instante tímido...
El latido póstumo de un corazón vencido, el caer de una lágrima temblorosa en la oscuridad del cine, la seguridad discreta en la peluquería o el portazo tajante de una despedida.
La caricia furtiva en la solemnidad de un almuerzo, el estridente caer de cristales rotos, el obtuso golpe del cuerpo en el asfalto o la soledad en un supermercado.
Un instante cálido...
Lo que tarda el rayo solar en posarse en la ventana, el susurro leve del viento entre los álamos, el sudor frío recorriendo la espalda o un espeso vaho empañado ventanas.
Un soplo de nostalgia en la juguetería, el chasquido asustado de una cremallera en penumbras, la corta melodía de una risa infantil o el helado de fresa.
Un instante mágico...
Lo que dura un grito en mitad de la noche, el tintinear insistente del móvil de la puerta, el batir repentino de unas alas en vuelo o una tarde de verano.
La aguda sensación de vacío en el tráfico, el reflejo de un rostro en un lago tranquilo, el sonar insolente del timbre del teléfono o el espasmo profundo de un orgasmo.
Duró un instante...
Lo que dura el brillo de unos ojos grises... Después , la puerta del metro se cerró entre ellos y no volvieron a verse.
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