Teniendo en cuenta que anoche me arrojé a la cama enfurruñado contigo, por lo que el sueño, que no tardó en llegar, tuvo en mi un efecto balsámico; considerando que las pesadillas hicieron escarnio de mí en el incierto escenario de lo onírico por lo que desperté en la madrugada profiriendo maldiciones y despotricando contra tu imagen coquetona ataviada con un negligeé azuloso y que deslizaba con hipocresía un manojo de ilusiones sobre mi lecho, considerando todo esto y mucho más, debo concederte el beneficio del talento, perra traicionera. Te anunciaste con prudencia, primero fue un bocinazo que resonó a lo lejos, luego se escuchó la fanfarria aguda de un gallo tenor, segundos después, sacaste tu caja de maquillaje e irisaste con sabiduría mi triste habitación. Hebras doradas de luz se filtraron tímidamente por entre las cortinas y me remecieron con dulzura, haciéndome simpáticos guiños. Sonreíste con picardía, ya instalada delante de mí. ¡Basta lisonjera! – te grité, pero me invitaste con dulzura a la ventana, tomaste mi mano y la condujiste a tu electrizado vientre, sentí tu palpitar y ya no pude, ya no quise mantener ese mutismo y entreabriendo la puerta, primero de mala gana, luego con algo más de decisión y finalmente entregado a tus encantos, me reconcilié contigo, existencia engañadora y heme aquí contigo a cuestas una vez más hasta que de nuevo me juegues otra de tus trastadas… |