Cubierto de aquella capa de polvo que solo el tiempo extenso y solitario logra depositar. El blanco se descarga en ráfagas, viajando hacia el físico, utilizado en diversas oportunidades como herramienta. La caída, el desgaste como desazón cubierta de melancolía. La fuerza conoce el dolor de la impotencia.
La nitidez que se pierde, se nubla.Las lágrimas que derriten el temple.
La pena saca el arma blanca, rebana el aire helándolo, hace que la alegría, cubierto de su arco iris, zigzaguee, distrayendo el arma letal. Sólo bastó que el cuchillo se asomara por un costado, y el arco iris, como buen domado, en un rápido movimiento, hace que éste precipite. La pena se desarma, cae postrado a los pies de la alegría. Esta que lo coge, y lo invita a la crónica.
Cantos celestiales celebran el triunfo, mientras observan bajos que respiran el polvo tras rudimentario artefacto.
Siempre al lado va el acompañante, por voluntad. Juntos reflejan con regocijo la construcción que crece a pasos agigantados.
El amanecer rocía el aire de esperanza y el ocaso corona su encanto.
La magia del sentir la noción de la historia, del lograr. La magia de quien siembra y espera época de cosecha.
Se aferran al ancla. El sol, viento, semillas, flores, árboles, imágenes gatean a su lado, en los recuerdos.
A consistencia de un pleno vivido. Una sonrisa que viaja al centro de la tierra. Otra vez este acompañante, con el cual gobernaron al pueblo, y les regalaron edificios. Construcciones que se cubrirán de polvo, y se rayaran de blanco, como todo ciclo de quienes no ven ciclos en si mismos.
Lo perfecto de lo imperfecto. La música que recorre sueños.
La satisfacción de saborearse una exquisita cena.
El día a día, con la espera de una crónica ya anunciada a los cuatro vientos.
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