Justo cuando más excitado estaba...
Aquella tarde no era una cualquiera, era la tarde que me había decidido a entrar a aquella tienda odiada por algunos, amada por otros. Aquella tienda que era el mercado del sexo y yo como un adicto sexual anónimo no podía quedarme sin entrar. El temor a que me viera alguno de mis alumnos me comía por dentro, despues de todo, yo era su maestro de religión en aquel viejo colegio donde las monjas y los sacerdotes parecían haber sido sacados desde un pozo a mil pies bajo tierra. Pero aquella tarde me decidí, me armé de valor y por fin decidí entrar. Estacioné mi auto al frente de la tienda de helados en la calle de alfrente a la tienda de sexo. Miré a todos lados, me bajé del auto y cruzé la calle. No recuerdo si me asaltaron pensamientos de regresar en ese momento porque ya era demasiado tarde, tapé mi cara como pude con mis propios hombros y caminé lo mas rápido hasta la entrada, casi corrí. Toqué el timbre y tardaron como mucho tres segundos en abrir, a mi me parecieron eternos, parado allí, a la interperie de algún fisgón que me llegará a reconocer, ¡ohhhh que verguenza sería! Al fin abrí la puerta al sonar la chicharra y entré lo más veloz posible. Para mi tranquilidad solo había un joven empleado que como mucho tendría unos veinte años. No había mujeres adentro, así que podía guardar un rato mi verguenza a hablar de sexo frente a una mujer. El joven me sonrió y me dió las buenas tardes, yo se las contesté pero creo que no las pudo haber escuchado, aún con el pánico mi voz parecía no salir de mi boca. Para mi sorpresa me encontré en la entrada con una pared de vibradores, consoladores y no sé que otras cosas. Pensé: "¿como se atreven a poner eso en la entrada de la tienda?" Caminé hasta atrás y encontré las películas. Comenzé a mirarlas disimuladamente, creo que habían como mil caratulas allí. Yo frente a una colección de películas pornos, era como estar en el paraíso si esa colección estuviera en mi casa, o en el infierno si me encontraban allí frente a ella. Seguí mirando todas aquellas caratulas hasta que llegué a la seccion gay y me dije "oh oh, esto no es lo mío". Volví a la sección heterosexual y me arriesgué a tomar una de aquellas películas. Pensé si rentarla, pero si la rentaba tendría que volver a allí. No, era mucho peligro. Entonces decidí comprarla. Fui a donde el cajero y le pregunté el precio y me contestó que eran cincuenta dólares lo que me pareció totalmente excesivo así que decidí mejor rentarla y correrme el riesgo otra vez al traerla.
Salí de allí lo mas rápido posible, cruzé la calle y me subí a mi auto. Suspire de alivio pensando que nadie me había visto, arranqué y me fuí a mi casa. Estaba tan emocionado como un niño con juguete nuevo. Encendí el televisor y el tocador de discos digitales. Pusé el disco y comenzó a correr. Me tiré en el sofa y con la vista enfocada en aquel televisor de ventisiete pulgadas y con mi pene erecto ya de la emoción, comenzó aquella película.
Y justo cuando más excitado estaba...
Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Al parecer algún ser sin sentido de ubicación, un irresponsable, había puesto un disco de Barney, el maldito dinosaurio violeta, en aquella caja. "Debe ser una película porno satírica me dije" pero no, era Barney que ya empezaba a cantar. Mi coraje era tan grande que creo que mencioné dos o tres santos aquella tarde. Pero lo peor vino despues. Mi madre llegó inesperadamente de visita con mi sobrinita y abrió la puerta sin tocar. Horror, error, ¡oh dios mio! Allí estaba yo mirando a Barney en el televisor con el pene por fuera y mi cara de estúpido queriéndome morir. Mi madre salió corriendo casi arrastrando a mi sobrinita, yo quizé salir detras de ellas para explicarles ¡pero no, mejor no!, me dije. Dejé que se fueran mientras yo me quedaba en la casa maldiciendo a Barney una vez mas en mi vida. Pero me dije "si Barney es lo que hay, a nombre de Barney se tendrá que ir". No sé como acabe aquel día, creo que fue por obra de Dios, ningún otro hubiera podido evitar que me suicidara.
En la mañana agarré la maldita película para llevarla a entregar cuando saliera del colegio. Llegué y estacioné en el mismo lugar de siempre. Aunque mi vida se había convertido en un perfecto desastre no tenía porque cambiar mi rutina. Y justo cuando me bajé del auto, aquella "hija de su madre" que me odiaba a muerte se acercó a mí y me dijo: "¿Sabe que?, ayer cuando salí del colegio, mi papá me llevó a comer helados, ¿y sabe que?, usted no comió helados". ¡Oh Dios, la puta lo sabía!, me había visto entrar a la tienda de sexo ayer. ¿Que podía hacer, que podía hacer? Desesperado le supliqué que no me hiciera eso, maldita perra hija de su madre, me contestó "muy tarde, ya papí tomó cartas en el asunto". Estaba perdido, de seguro me despedirían del colegio.
No tardaron ni dos horas en hacerme el cheque de cancelación de contrato. Allí estaba yo, en mi auto, con una cajita con mis pertenencias que tenía en el salón de clases, una lágrima a punto de caer y el maldito video de Barney en el asiento. Sentía como aquel dinosaurio me cantaba que me amaba, maldito dinosaurio gay.
Allí estaba yo, en medio del tráfico camino a la tienda a devolver el maldito video. Cuando llegué a la tienda y le expliqué lo que había pasado al dueño de la tienda, el muy sínico me dijo que era imposible que un video de Barney estuviera en esa caja de una película porno porque los videos se revisaban al ser entregados y al ser vueltos a alquilar. Me dieron ganas de matarlo pero al final me hizo pagar la película que había rentado porque quería que la devolviera y que me dejara del cuento ese de que la película que estaba adentro era una de Barney. Pagué y le entregué la de Barney, me dijo que me podía quedar con ella. Volví al auto con otra lágrima colgando, cerré los cristales y grité lo más fuerte que pude, tanto que un vagabungo que caminaba hacia mi auto a pedirme dinero, se asustó y se fué.
Allí volví a estar yo, en medio del tráfico, camino a casa de mi madre a explicarle lo que había pasado con el maldito Barney, con los malditos helados, con el maldito colegio, con la puta de mi peor estudiante, con el maricón dueño de la tienda, y en medio de todo eso, recordé algo...
Justo cuando más jodido estaba...
recordé que por algo aún a mis treinta años, yo era virgen, maldito sexo y maldita mi mala suerte, debí haberle hecho caso a aquella novia que tuve de adolescente que me dijo que mejor me convirtiera en sacerdote... ¿cuantos santos más tendré que bajar este día? |