Habiendo terminado de crear todos los rostros del mundo, Dios, los tomó entre sus manos y los llevó hasta donde estaban las almas, las cuales, desde hacía días esperaban ansiosas por ellos. No contó Dios, con que en el camino el Diablo lo haría tropezar y que todos los rostros, ya clasificados, volarían en desorden por los aires. Tampoco contó con que las almas, presas de le euforia, se abalanzarían sobre los rostros más bonitos arrebatándoselos unas a otras. El Diablo no paraba de reír mientras Dios miraba atónito como las almas más ágiles tomaban bellos rostros dejando el resto para las almas distraídas, las débiles, las tímidas, las que estaban leyendo y no se dieron cuenta, o las que simplemente dormían. Dios lloraba desesperado, mas el problema mayor vino después. Las almas ágiles, demasiado entusiasmadas con sus rostros perfectos no prestaban atención a las demás; otras tantas, en demasía vulnerables a la belleza empezaron a olvidarse de conocer lo que había bajo aquellas extrañas máscaras y otras más se refugiaron en las cuevas asustadas de tanta confusión. Fue así que esa primera raza, reacia a agruparse, empezó a extinguirse de a pocos y fue así también, que llegó el día en que Dios viendo que no había más remedio, inventó el amor, antes de huir avergonzado por lo que acababa de hacer.
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