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Si, es cierto. Cabalgué un buen tramo más en ti desde que me lo prohibiste. No sé por qué te jode tanto que vagabundeé por tus sueños. ¿Es acaso por aquel día en que me topé conmigo mismo? Al principio fue difícil reconocerme porque andaba vestido de niño pero cuando me puse a cantar algo de U2 el niño volteó a mirarme desde dentro de ti y entonces lo supe. Hoy no fuiste a Marketing y creo que ya volaste. Necesitas como un veinte para el parcial y tu cuaderno está lleno de dibujos. Nunca me dejaste dibujar nada en él. Cuando recién me veías pensabas que estaba demasiado alegre como para ser alguien que valiera la pena conocer. Seguiste dibujando mientras yo entraba a clase de Ética y descubría una carpeta vacía junto a ti. ¿Recuerdas que nos sentábamos en círculo para que todos pudiéramos hablar de lo que habíamos leído? Para ti leer a Camus y a Sartré era como para mi padre leer el diario. Dabas una opinión al comienzo de la clase y luego Sergio ya no te preguntaba más y podías seguir dibujando. Yo solía espiar de reojo tus dibujos hasta el día en que lo descubriste y me mandaste a la mierda. No me quedó más que hacer grupo solo. Luego de eso no nos vimos hasta que me rompí la cabeza y tú eras la única que estaba cerca. Era una de esas mañanas grises en que la mayoría se queda en casa. Pero no tú. Tampoco yo. Nos gustan las mañanas grises. Así que allí estabas. Tuviste que dejar tu libro y tu silencio en la banca y acercarte a la mancha de sangre que dejaba mi cabeza inconsciente. Yo no supe nada. Desperté en una camilla que se movía hacia la Clínica San Pablo. Me aguanté la aguja entrando veintidós veces a mi cabeza. Nunca me ha hecho efecto la anestesia. Me dejaron salir esa misma noche. Pregunté cómo había llegado a la clínica y me dieron una hoja de registro firmada por la señorita Cora: un personaje de un cuento de Cortázar. Eso me quitó una o dos semanas de sueño. Jalamos casi todo ese ciclo. Tú por tus dibujos y yo porque en la semana de finales no hice más que leer acerca de la señorita Cora: enfermera de un hospital imaginario de Cortázar. Luego Renzo me dijo que habías sido tú. En verano llevamos Fotografía General. Te tomé una foto y cuando te la mostré me volviste a gritar. Como pensé que ya se estaba haciendo costumbre también yo me puse a gritarte como un loco y a destruir tu foto. Tú me diste un palmazo en los once puntos y saliste del cuarto oscuro. Ya después de eso no vino nada mejor para los dos. Un día dejaste tu cuaderno en una banca y yo andaba cerca. Lo abrí. En la página del medio habías dibujado la clase de ética vista desde tu carpeta. La reconocí porque mi vista era la misma cuando me sentaba junto a ti a espiar tus dibujos. Claro que después del incidente tuve que mudarme al otro lado del círculo de discusión. Frente a ti descubrí que tenías los pies blancos y quietos como si te los hubieran hecho de mármol. Decidí dejar tu cuaderno en paz. Volviste del baño con el pelo mojado dejando un camino de gotas frías tras de ti. Esa noche te seguí en mi bicicleta y conocí la parte de afuera de tu casa. Luego me comí un helado azul en el Laritza que queda cerca. No recuerdo el sabor pero era bastante fuerte. La señorita Cora terminó enamorándose de Pablo ¿sabes? Luego vino todo eso de las complicaciones con la operación y .... ¿No te ha provocado detener a alguien en la calle e invitarle un café? Ayer Marco te cayó. Eso me dijo Renzo. No me dijo que dijiste pero supuse que ya andabas con él. Tú sabes, es de esos tipos que te gustan... anda sin zapatos por la universidad, manda al diablo la case de Ética y se va a leer Sartré al jardín y nosotros lo miramos desde la clase, envidiándolo un poco quizás. Yo me tengo prohibido leer a Sartré. Creo que soy demasiado depresivo como para andar con libros que son verdaderas inyecciones de cianuro. Me tomé un café con Renzo y le pregunté si había leído “La señorita Cora”. Me dijo que no y entonces se me quitaron las ganas de preguntarle por ti y de contarle todo el rollo. Esa noche me fui a comer otro helado azul pero me dijeron que el color había sido un exceso en el colorante y que ya lo habían corregido. Les pregunté que si no podrían equivocarse de nuevo mañana – Oiga – le dije a un heladero - ¿y no cree usted que mañana puedan equivocarse de nuevo? Usted sabe.. nada tiene que ser como debe de ser... ¿me comprende verdad? Es decir, nada deb... - OIGA AMIGO – interrumpió el heladero – nos equivocamos y ya. El gerente vino y nos hizo un lío enorme por lo del helado azul. ¿Esta bien? - preguntó él, tratando de callarme – Es solo que a veces es bueno saber que las cosas pueden ser diferentes – dije. El heladero me miró sin contestar y siguió limpiado las vitrinas. - Tú sabes – le dije – la señorita Cora se enamoró de su paciente de dieciséis años y yo creo que Dios no debería molestarse si a mi se me ocurre fijarme en Jimena. Al diablo con el gerente y el maldito colorante – dije - Yo no leo a Sartré ni me ando quitando los zapatos en la universidad. Jamás he fumado marihuana y no sé que diablos es el comunismo pero tengo derecho a comerme un helado azul cuantas veces se me de la gana y tú tienes un cerebro que te puede decir cuando está bien equivocarse. - Dios y su condenado mundo perfecto me ponen de malas – . Eso fue todo lo que dije y me largué de la heladería. Creo que el empleado ya llevaba rato sin escucharme. Me sentí bastante idiota. Luego de eso caminé hacia la universidad. Teníamos examen de Análisis del Discurso Literario. Llegué tarde por todo el rollo ese de la heladería pero igual me dejaron entrar. Sé que te hicieron un lío terrible cuando no encontraron tu examen junto con el resto. Tienes una letra casi indescifrable. Cuando tocaste la puerta de mi casa apenas si acababa de terminar de leerlo. Creo que siempre supiste que tu examen iba a desaparecer. Tal vez lo imaginaste mientras respondías la pregunta cuatro. Tal vez lo deseaste al releerla. Yo creo que lo supiste desde el momento en que Rosella escribió sobre la pizarra la pregunta cuatro. Volviste a tocar mi puerta. – He venido por mi examen – fue lo único que dijiste. Yo estiré la hoja de papel sobre tu mano. Te diste media vuelta y te vi desaparecer al doblar la esquina de mi casa. Me tiré en la cama. La luz de las cinco de la tarde, indecisa, suave, llena de ruido de árboles se colaba por mi ventana. De algún modo dejé de preocuparme por Marco y sus libros de Sartré. La señorita Cora de tu pregunta cuatro se atragantaba de helados azules y eso me bastó para poder dormir tranquilo esa tarde.

Texto agregado el 19-10-2003, y leído por 2084 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
31-10-2006 La describes deliciosamente, delicadamente, "sus pies blancos y quietos como...de màrmol,tal vez quedarse en un amor quieto o caer al abismo, tus palabras certeras y suaves seducen, desmarañan las ideas y pensamientos, suspiros sureños y mis ***** cafayate
01-05-2006 el cuento se deliza sobr emis ojos, el helado azul sobre miboca, excelente ,besos! efelisa
01-05-2006 el cuento se deliza sobr emis ojos, el helado azul sobre miboca, excelente ,besos! efelisa
08-03-2006 Que grande, me acuerdo del cuento de q hablas, es genial como este. derian
25-11-2005 fanático de cortazar? se ve en este cuento... tiene eso de detenerse en las cosas más inocentes, como lo del helado azul (crema del cielo) -me arranco alguna sorisa- te felicito, muy bueno el_hada_perdida
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