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Lorenzo Arellano miraba como el sol se despedía tras la precordillera. Otro día de trabajo intenso terminaba y el polvo se unia a su rostro por el sudor que habia producido la jornada. Su expresión, dibujada en la piel oscura, denotaba resignación por la reconstrucción número diecisiete de su rancho de adobe.
El terremoto había sido devastador para la localidad de Bermejo; sus seiscientos habitantes iniciaban la automática acción de empezar de nuevo.


La caravana de camiones avanzaba por el desolado camino de "La Horquilla" y el Capitán Améndola Saravia, al mando del convoy, cumplía con la tarea de proveer de los elementos que enviaba la cabecera departamental al pueblo del siniestro.
Améndola Saravia era un jefe con todas las letras. Cada soldado sabía perfectamente su función y sólo bastaba un gesto suyo para que sus hombres lo entendieran. Sus treinta y dos años parecían demasiado pocos para la cuarteada piel de su cara y sus espesos bigotes negros.
Sentado al lado del chofer del camión y con la vista puesta en el horizonte desértico y lleno de polvo, que como su imaginación, volaba, se preguntaba si el hangar que se había construido como depósito en Bermejo hacía ya treinta años albergaría lugar para los cuatro camiones de enseres que llevaba. Haría noche en el Gimnasio del Deportivo Bermejo y a primera hora entregaría la carga a Don Lorenzo y regresaría al Regimiento para la práctica de desfile de la tarde.



Buen día Don Arellano, acá tiene los papeles de la entrega para que me los firme por la Delegación.
Améndola Saravia entregó los papeles a Lorenzo Arellano, esta vez en sus funciones de Delegado Departamental.
Pocas cosas entregarían a la gente, se lamento Don Lorenzo, la mayoría lo descargaremos en el hangar.
El primer camión es para el depósito, dígale a sus hombres que tengan mucho cuidado con los monitores color, las impresoras y lo demás; a lo mejor pronto envían las computadoras. El segundo trae zepelines para gas que usaremos como depósito de agua. El tercero con pilotos, botas de goma y capotes lo entregaremos a la gente. Si bien hace seis meses que no llueve, ellos sabrán darle utilidad.
Para lo del último ya no queda lugar en el hangar, así es que las máquinas fotográficas y los secarropas los apilaremos afuera y quizás usemos algunos capotes para taparlos.



El trabajo rápidamente estuvo terminado y el convoy se alejó de inmediato.
Lorenzo Arellano lo observó, miró su rancho aún sin terminar y dirigió su mirada al cielo para rogar por la pronta construcción de otro hangar.
fc.

Texto agregado el 24-10-2005, y leído por 225 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-01-2006 Escribes de forma muy amena. Felicidades. mosco
11-11-2005 Estupendo texto, buena narrativa, creativo. LAPLUMA
29-10-2005 Irónico y agridulce, mas agrio, mucho más. Unas cuantas gotas de bitter en una trama tan repetida pero pocas veces bien descripta, aca lo está, es más triste cuando llegas a los secarropas...ay. Tan cierto, bien escrito, y cierto. muy bueno fer. mande la segunda quiere? un abrazo miriam le pongo una de ron con estrellitas, o prefiere un martini?m. joyce
27-10-2005 Buenas descripciones,logradas imágenes,que transmiten al lector el sentimiento del personaje.Sigue así!! alfa1
24-10-2005 Narras bien, me gusta... facil de seguir. Continúa? un beso... Thais
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