No me resulta dificil recordar los inviernos de mi niñez. La casa no era muy grande, por lo que calefaccionarla con la estufa a parafina tomaba poco tiempo.
Mi madre tejia mientras yo y mis dos hermanos inventabamos juegos por montones para pasar las tardes de lluvia. La television encendida, el olor a eucaliptus del tarro puesto sobre la estufa para un mejor aroma, las sopaipillas; siempre tardes apasibles.
Dos veces por semana esa tranquilidad se veia algo alborotada por la llegada del carrito manicero: Salado, tostado confitado el mani, gritaba como podia un anciano de edad indesifrable que ofrecia sus productos recien preparados a las familias de la poblacion.
Antes de aparecer en forma fisica por el lugar, era caracteristico escuchar el sonido emitido por una especie de chimenea de mediana estructura que aparte de emanar vapor por cantidades industrales anunciaba su llegada con un estuendoso sonido agudo dificil de olvidar.
De tanto tocar y tocar el silbato ya casi no escuchaba. La edad hizo lo suyo y su caminar ya era lento y melancolico. Sumado al frio penetrante de las tardes de invierno en la capital que le han producido una tos bastante preocupante, y a un problema al colon que lo tiene a muy mal traer, el humor del hombre del carro manicero no era el mejor del mundo.
Todos salian a su encuentro, los niños y adulto de la poblacion lo recibian con entusiasmo, hasta los perros vagos salian a su encuentro, mas de algun mordisco o ladrido molesto se llevo en tantos y tantos años de caminar por las calles de mi ciudad.
Un dia cualquiera, nunca mas volvimos a escuchar el sonido de la chimena estruendosa y no volvio a asomarce su figura cansada por las frias tardes de las calles del lugar.
Hoy, con bastantes años mas en el cuerpo, salgo de mi departamente frio y oscuro del centro y camino a mi trabajo; en la esquina hay un carro manicero, ahora con nombre gringo, sin silbato y sin forma de barquito. El olor que emana es dulcemente penetrante y atrayente, el mani es mas grande y crugiente, todo impecable.
Si bien sabia que no era el lugar ni el carro que recordaba de mi infancia, pedi un paquete de mani confitado. Cerre los ojos y por un momento me transporte a la calle fria y humeda donde vivi en mi niñez, evoque el sonido agudo y los gritos de aquel abuelo, fue entonce que pude oler y sentir ese gusto dulce y aspero del mani confitado. Apesar de todo ese tiempo el sabor seguia siendo el mismo.
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