Quería tener los ojos azules. Era esa una fijación que lo alteraba, un ferviente deseo que añoraba verlo hecho realidad. Los quería suyos y no prestados por la óptica. Consultó a varios especialistas y todos le dijeron que eso era imposible de realizar ya que aún no existían los transplantes de ojos. Agobiado, sabiéndose poco agraciado, desolado por las circunstancias, optó por encaramarse a una alta torre y antes de arrojarse desde las vertiginosas alturas, le pidió a alguna deidad que si existía la reencarnación, le concediera la posibilidad de regresar a este mundo con unos deslumbrantes ojos azules. Lo que el pobre ignoraba era que existen leyes muy rigorosas con respecto a los suicidas. Y transformado en Pupy, una maravillosa perra siberiana de deslumbrantes ojos azules, no atina a comprender que su deseo haya sido concedido de tan mala forma…