Entre sombras y delirios, con unas ganas inmensas de ver nuevos planetas sin perder la vida en el intento, me vestí de luto riguroso y flexible, con una máscara de silicona en el rostro y la doble metáfora de las aletas de una foca en mis pies...bajé al mundo submarino en una poza perdida entre los roqueríos del Pacífico, en un pueblo llamado Trafün; mientras la gente de este pueblo festejaba no sé que acontecimiento y la juventud de las afueras bebía ron a destajo en las terrazas que miran al mar, me dispuse a la inmersión cuando la noche ya estaba madura.
Dos horas de frío y sal mojada, dos horas de danza con los caracoles y los cangrejos, dos horas de lámparas de fósoforo como hilos de luz en medio del agua.
De pronto pensé en tí, no sé por qué extraña razón me acordé de tí. Imaginé mis manos en tus senos y me dieron ganas de que al llegar a casa me secaras la espalda con agua tibia de montaña.
En ese pensamiento absorto estaba, imaginando uno de tus senos en una de mis manos y tus ojos como llamas encendidas mirándome...entonces mi mano derecha desprovista de guantes bajó hasta el fondo de la poza para tocar una roca.
En esa roca brillos blanquesinos como leche tibia brillaban ante mí y al posar la mano recibí una descarga eléctrica que aparte de asustarme un poco me alertó para salir a la arena. Fue como tocar el timbre de un castillo donde ocultan bajo nueve llaves a la princesa de mis sueños.
Al llegar a la casa de la costa no estabas tú, no había nadie.
De todas formas sequé a la sombra mi traje de anfibio y antes de regresarme a la ciudad dejé uno de los pesos de plomo del cinturón en la puerta de esa casa como un recordatorio de que debo volver pronto ...y escribí este relato luego para que tú lo leyeras y sepas que en la puerta de esa casa de Trafün donde quedó uno de los plomos de mi cinturón de buzo colgando de un clavo, también quedó la esperanza de que un día nos encontremos de nuevo.