Hay un mundo paralelo
de sentimientos y verdades
que nos es totalmente ajeno.
Los centros comerciales
son allí algo completamente divinizado.
El culto a lo superficial
es la única religión
y la moda de lo sintético es presente
en todas las calles de la ciudad.
En los escaparates brilla el plástico,
el cuero y la goma.
Todos quieren ser artificiales,
hacerse liposucciones
y las listas de reyes son ahora
largas enumeraciones de operaciones corporales.
También yo quiero andar como
Marisa Paredes y tener un culo
como el de Angelina Jolie.
Todo el mundo viaja en limusina
y toma anfetaminas tres veces al día.
La noche se alarga y eclipsa las horas de sol,
24 horas de actividad frenética,
24 horas de compra compulsiva.
Que un taxi me lleve al centro comercial
más cercano, por favor.
Necesito un trago de champagne,
del mejor que haya en la ciudad.
También yo quiero vivir
en una habitación de hotel
con las paredes rosas
y las toallas negras.
Sexo por sexo,
glamour por glamour,
riqueza, exageración,
superficialidad, banalidad.
Mucha droga y poco corazón.
Todo con la suficiente dosis de fragilidad
para caer rendida
ante tan espectacular civilización.
También yo quiero elegir mis problemas
durante la publi del Gran Hermano.
Espejos, vestidos nuevos,
luces, tacones y deseos
bailando entre sueños
y delirios de grandeza.
Nadie quiere despertar.

Hay un mundo paralelo
de sentimientos atrapados en centros comerciales.