El magnetismo verde de tus ojos me atrapa
y me envuelve en un misterio arrancándome de cuajo
de la realidad.
De tus pestañas nace un látigo de hielo
que congela a todos los que se atreven a mirar,
mediocres a tu voluntad, simple vulgaridad terrenal.
Dame el beso mortal.
Quiero sentir cómo tu lengua me arrebata el alma
lentamente…
sentir tu veneno bajando por mi garganta,
asesinando cada una de mis moléculas
y corroyendo cada órgano, cada arteria de mi cuerpo.
Todo tu poder de seducción removiendo mis entrañas.
Tu morbosidad asfixia mis pulmones,
oprime cada nervio de mi organismo
y condena a mi corazón a latir
al ritmo de tu seductora crueldad.
Tus labios son la entrada a un mundo en el que la vida
se confunde con la muerte,
Y mientras sucesiones de difuntos esperan la llegada
de un nuevo huésped te suplico.
Atrápame con tus dientes sedientos de vicio
y muérdeme el corazón.
Desgárrame con tus uñas hasta que mis gritos
ahoguen el dolor.
Y muéstrame el territorio hostil en el que vives
dónde todas mis hormonas palpitan
dispuestas a sellar mi secreto con tu piel.
Que mi cuerpo se derrita vulnerable
ante la sensualidad fatal de tu silueta
de pecado bañado en miel.
Es tu forma de fumar
la que enciende mi deseo
convirtiéndolo en ceniza.
Y caigo rendida ante tus pechos,
hipnotizantes torbellinos de fuego,
ante las arenas movedizas de tu vientre
que me succionan hasta tu ombligo,
centro neurálgico de mi único universo.
Reina de un mundo subterráneo
al que solamente se accede por cuatro caminos
que siguen escondidos bajo la tumba de nuestro recuerdo.
Prometo borrar mis huellas si regreso,
arrancarlas a mordiscos si tú lo pides.
Tienes a todos a tus pies. A mí a tus pies,
que me guían hacia la lujuria y la obscenidad.
Poseerte es ahora mi última voluntad.
Ofréceme tu lecho mortal,
quiero dormir eternamente en tu cama.