Crujen las tablas de vieja madera, hábitat natural de pulgas, ladillas, piojos y todo tipo de bichos vergonzantes del omnipotente bípedo humano, a cada paso del niño que a tientas avanza hacia su escondite. La hora está cerca, el reloj de péndulo de la sala casi toca la medianoche, es la hora del mal, en que todos los espíritus de infierno se levantan.
El niño sabe que en cualquier momento la pétrea sombra que lo ha estado atemorizando desde siempre entrará en su cuarto, nada podrán hacer los héroes que descansan en su mesa de estudio, nada podrá hacer su madre que duerme el sueño de la ignorancia, nadie lo podrá salvar, sólo le queda el armario como refugio...pero... ninguna puerta puede detener el poder del inframundo. Lo sabe, este espíritu es más poderoso que él, tiene la fuerza de un gigante, sus ojos son como de fuego, sus dedos largos y puntiagudos y se escabulle por cualquier recodo.
Cada noche desde que el niño tiene memoria ha venido a su cuarto, no habla pero lo dice todo, levanta sus cobijas y se mete entre ellas...él niño se queda mudo ante la presencia del demonio, inmóvil observa como el espíritu lo posee...nada que hacer.
No hay escondite...ahí llega...silente revisa entre las cobijas, el niño lo observa por las hendijas del armario, sus ojos se enrojecen más, el espíritu del infierno respira furia mientras el niño tiembla en el armario. Parece que la bestia lo huele, rastrea su miedo hasta el armario...allí mismo encuentra al niño petrificado...y allí mismo lo posee.
Son las 12.40 de la noche, regresa la calma, Juan vuelve a la cama, hoy celebró sus doce años. La bestia sale de la habitación, en silencio como llegó regresa a la cama, al lado de la madre.
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