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Lucila

La mesa con el mantel blanco. Dos sillas. Yo, sentado en una de ellas, esperaba inquieto en el club “Tomo y obligo”. Esta cita yo hubiera querido hacerla un tiempo antes, pero, siguiendo los consejos de mi amigo Alberto, fue postergada hasta este día. Concertada a las siete de la tarde, pasaban los minutos y no venía. Yo seguía sentado a la mesa de mantel blanco. Miraba hacia la puerta de entrada angustiado, como si estuviera en una antesala médica. Llegó. Las siete y cuarto.

Tenía dieciséis años, los ojos de color verde claro y el cabello crespo. Era alta y menuda, de piel blanca con un tinte rosado en las mejillas, tenue rosado como el de una nubecilla crepuscular. La sonrisa limpia, pura; tenía dieciséis años. Se sentó frente a mí, previo beso, pequeño beso en su mejilla. Empezamos a conversar sobre Alberto, sus ocurrencias, el espíritu divertido que cobijaba; de pronto, animado, pregunté si le habían gustado los poemas que le enviara en varias ocasiones por intermedio del susodicho.
— ¿Poemas? No, Marcos, nunca recibí nada escrito por vos —me lanzó sin ruborizarse.
Empalidecí, mi mirada se fijó en el mantel de la mesa, que ahora tenía un florero con unas violetas bastante marchitas; advertí mi falla.
— ¿Qué querés tomar, Lucila?
—Un té, Marcos— contestó.
Llamé al mozo y le pedí dos tés. El hombre, con moño negro, había perdido su garganta y se expresaba con sonidos guturales. Los dos, como siempre, lo mirábamos con ternura, y ella le agregaba esa sonrisa pura que al envejecido camarero parecía encantarle.
—Entonces, nunca recibiste mis poemas. Qué pena, más que nada por Alberto; ¿cómo pudo mentirme así?
—Marcos, nuestro amigo siempre macanea; hace mucho que yo ya no le creo nada— replicó.
—Por lo menos, le creíste para venir a esta cita; ya es algo. ¿Rompiste con Adolfo?
—Sí, rompí —dijo, y paseó su mirada por el salón.
—Bueno, entonces, querida amiga, te digo que hace más de un año que necesitaba hablar con vos. No sé, me siento desconcertado; Alberto nunca te entregó mis poemas, en los cuales te transmitía mis sueños, mi amor. Desde aquella vez que pasaste frente a mi casa y pusiste esa sonrisa que la tengo en todo mi pensamiento. Creí que sería el comienzo de un cariño verdadero. Pasaron los meses y el deseo siguió creciendo y hoy, hoy te amo. Desde hace mucho tiempo, de la mañana a la noche, no dejo de recrear aquella sonrisa. Cuando bailabas con Adolfo y te veía, siempre sentí el dolor del desposeído. Pero, ¡basta de palabras! Te quiero, desde siempre...
Hablé tanto esa tarde inolvidable que ya olvidé la mayor parte de esa charla, como tantas otras de la vida, pero recuerdo, palabra por palabra, la contestación.
—Querido, antes que nada te digo que te quiero mucho—; se detuvo, suspiró y siguió— te quiero como amigo. Sabía de tu sentir hacia mí y siempre valoré tu silencio mientras estaba de novia con Adolfo.
El silencio, las miradas unidas, y el mozo que no llegaba con el pedido. Atiné a proponerle que bailáramos, había música de Glenn Miller que estaba de moda. Con esa melodía, le pregunté nuevamente si no sentía nada por Adolfo.
—Creo que no, Marcos— contestó, poniéndose de pie para iniciar el baile.
Volvimos a la mesa. Seguía el mantel blanco. El florero, con las violetas marchitas. El mozo sin garganta no traía los tés. Nada me distraía. Sólo contemplaba su rostro; me enfrasqué y seguí, angustiado, con mi confesión de sentimientos.
—Lucila, en estos dos años, nada te exagero, mis entrañas se agotaban la mayor parte del día. El colegio, mi querido rugby, mi madre, los he atendido como al pasar, sin ganas; vos ni te imaginabas que mi dolor fuera así, tan intenso. Al menos, ahora, y gracias a tu sinceridad, sé que la herida abierta tendré que ir cerrándola solo, aunque no sé cómo. Ya tengo dieciocho años y nada puedo reprocharte, pero quiero decirte que profetizo sobre nuestros destinos. Vos te quedás aquí, y yo me voy al sur. Te equivocaste con Adolfo, y si seguís con él te va a ir mal; vislumbro algo trágico en ese muchacho. Nos conocemos: tiene necedades graves; seguirá su camino con final de abismo, te lo aseguro.
Todo seguía en esa mesa, el florero con las violetas negras, y algunas, caídas sobre el lienzo. Ahora sonaba una canción de los Beatles; no puedo acordarme el nombre. Lucila seguía estática frente a mí, sólo escuchaba, y continué:
—No será Adolfo, no fue Adolfo; y tu camino sigue en el norte; y yo, aquí, en el sur. Te veo imperturbable, el mantel y las violetas, cenizas esparcidas en el lienzo. No obstante nuestro seguro alejamiento, todo está como entonces, mi amor; tu negativa, por cuanto vos y mi alma aquí en este pueblo y mi cuerpo en el sur. Ya no escucho a los Beatles, muy imperceptibles esos tonos; vos ¿los sentís? No hay más palabras; el mozo con los tés no vino, nunca he podido invitarte a tomar una mísera taza de té; ¿no es así, Lucila?
No me contesta, mientras escucho algo ensordecedor de Charly García, lo que está de moda después del último festival. Le pregunto a ella si le gusta esta música; no me contesta. Sólo su sonrisa de virgencita y sus ojos verdes y una arruga que le ocupa la frente. El mantel sigue blanco y las cenizas de las violetas ya no están. Todo terminó.

Ahora estoy solo en esta cama. ¿Qué hago aquí? La sábana es tan blanca como el mantel. No me acuerdo cuándo aparecí en este hospital. ¿Qué pasa conmigo? De pronto, siento el grito de una señora; me llama, está muy agitada:
— ¡Marcos! ¡Marcos! Estuve seis horas buscándote, otra vez te perdiste. ¿No sabías llegar a casa?

Guardé silencio, mi mujer había estado tantas horas buscándome, perdí la memoria una vez más, olvido con frecuencia a la tarde lo realizado por la mañana. Esta vez ha sido fuerte y me he distraído en mis recuerdos.




Texto agregado el 21-10-2005, y leído por 210 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-06-2006 Me encanta este cuento. Me envuelve la historia del joven y me despierta como una bofetada el final, el hombre mayor. Un gran texto. m_a_g_d_a2000
29-04-2006 ***** laquesoy
31-01-2006 Bonito cuento. Los recuerdos que nos llevan al pasado y nos hacen imaginar lo que pudo haber sido si los acontecimientos hubieran desembocado en decisiones diferentes. Peter_6
21-10-2005 muy bellas imagenes y entretenido*5 terref
 
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