Salia de noche de mi trabajo, caminaba lento y arrastrando mis pies, me dolia la espalda y las manos de tanto lavar trastos y planchar calzones. Mi ropa era ya un estropajo, no se distinguian colores ni texturas, mi pantalon ofrecia una aureola casi tan grande como mi cola, que es mucho decir, mi cabello se asemejaba enormemente a un perro chow chow, sin ánimo de ofender a tan vistoso animal, mis pies hinchados no me daban tregua y mis zapatillas insitian en dar lengüetazos a cada paso. De pronto me encontre siendo arrastrada por un gentío muy ruidoso, luces, bombos y platillos resonaban en mi cabeza, me empujaban y empujaban, no lograba soltarme de ellos. Cantaban canticos y brillaban en sus colores, yo solo deseaba dormir, me depositaron en una especie de plataforma de forma redonda y con un centro transparente y reluciente. Comenzó a moverse hacia arriba, yo estaba sola, ellos se bajaron de inmediato y ovacionaban desde sus lugares. Exahusta me deje llevar, sin darme cuenta me encontre rodeada de seres bellos, encandilada y alucinada miraba sin entender, uno de ellos se llego hasta mi y me entrego la rosa más magnífica que jámas haya visto. Al aspirar su refrescante aroma, sentí un manantial mojando mi rostro, y caí en el sueño más profundo. Al despertar, mi chow chow lamía con fuerza mi cara, mi espalda y mis manos me dolian por dormir sobre la plancha de mi lavanderia, y la aureola despintada yacía en el piso pues mi perro habia orinado en el local incapáz de esperar que su dueña despertara de su elixir, aunque fuese solo por una noche. |