El árbol de papas incomibles.
Por: Dennis Duron.
A punto de alcanzar mi candidatura para alcalde en la municipalidad del Distrito Central (DC), me entere que mi tía Dominga Sandoval había muerto de un ataque al corazón (resultado de una congestión intestinal) en su pueblito natal: San Marcos de colon; al sur de honduras. Experimente una intención de aflicción muy extraña, cientos de imágenes como lenguaje de humo inutilizaban el lamento, pues claro, para que resentir si ya se había ido. Y es que la muerte de un ser querido es tan insólita y original pues duele y a la vez no sabe a nada; Entiendes que al no-sufrir juzgado eres y si lloras, desgastas intentos que si fueran mejor aprovechados, tu propia muerte no llegaría tan rápido.
A pesar de lo usual que fue mi relación con mi tía, son tan pocos y muy vagos los recuerdos que representan ese estrecho vínculo que toda mi familia menciona. En él ultimo año y medio, ya en el curso de mis intenciones políticas, solo le había visitado un par de veces en la casa de su mejor amiga; En una de esas ocasiones, objeto mis intentos de poder calificándome despectivamente bajo términos rurales comunes en la población del interior: (mala semilla, mico mal hecho, quinicho curtido, mono mal agradecido, etc. ), por el simple hecho de no frecuentar su casa.
Dominga Sandoval, “mi tía minga”, la mayor de 11 hermanos, era una mujer resentida y sin amor, enemiga del sexo opuesto, con una religiosidad totalmente indefinida y desde siempre sin ninguna intención de explorar el sentimiento materno. Toda Mi familia siempre recuerda la vez (como algo jocoso) que me propino una paliza por tocar sin permiso el piano que estaba como centro de sala en la casa de la alameda, no es que fuese prohibido tocar el piano, si no que un par de horas antes, los de la “ENEE” le habían cortado la luz cuando ella no se encontraba en casa, necesitaba quitarse la cólera.
La persona que más sufrió con la muerte de mi tía minga fue su hermana menor (mi abuela), Lloro sin descanso por dos semanas, aun hoy, al escuchar su nombre, levanta sus bifocales y se limpia las lagrimas. En contra de ello yo he alegado muchas veces pues la angustia puede hacer que mi abuela corra la misma suerte de mi tía, además reprocho la tristeza de mi abuela pues ¿cuanto puede permanecer en la mente la imagen de una persona castrante como Dominga Sandoval?; por su parte mi abuela reprocha mi indiferencia y condena los 35 minutos que estuve en el entierro:
Mis obligaciones políticas en la época de su muerte eran muy exigentes y desgastantes, la lucha en contra de Nora de Melgar, me había puesto más en vitrina aunque los simpatizantes con todo y las deficiencias de la Sra. Le mantenían a la cabeza del proceso.
Una de las imágenes que más vino a mi mente al enterarme del deceso, fue el rostro de mi abuela, saturado de trazos de dolor, la conocía tan bien y sabia perfectamente cuanta pena estaba sintiendo: su condena por no estar allí a la hora de la muerte, la duda por el fallecimiento y la afirmación (para hallar a un culpable) del descuido de la enfermera que solo en su mente era real; Sé que suena bastante ridícula la relación con mi abuela, pero ella fue quien me crió, sus ojos desde siempre fui yo, era lógica la conclusión de su estado.
Mas pensando en mi abuela que en otra cosa, delegue algunas responsabilidades a los colaboradores más capaces, cogí la camioneta y me oriente al sur; de camino, me disimularon la falta de señalización en la carretera y los niños que venden helotes cocidos arriesgándose a ser aplastados por un coche; los campos verdes y el aumento de temperatura en el ambiente. Tarde dos horas en llegar, a primera vista ningún cambio exagerado según el pueblo que recordaba: gente muy amable que saluda sin conocer, la mayoría de los hombres con sombreros y los niños con gorra; todos como escondiéndose... el tan tan de la iglesia; esta de par en par y con mucha limpieza en su entorno. Ya en el centro del pueblo, la casona azul y un tumulto de mirones que esperaban el espectáculo: la salida del féretro sostenido por sobrinos y amigos (que querían salir en la foto) con un vaivén similar al de las “TOP Model” por distancia de pasarela. No me baje de la camioneta, subieron a la tía en un viejo “Sedan” y comenzó la peregrinación hasta el cementerio.
Ya en el cementerio, la ligereza de afecto, entre la gran cantidad de familiares, era vomitiva, todos preguntaban, - ¿qué tal la política? – o se disculpaban por sus decisiones futuras, - lo siento pero votaremos por Doña Nora, ella prometió apoyar todos los proyectos que Korina le haga llegar, -
Que situación tan pobre, ¿cómo hacerles cambiar de parecer? (Me decía), Yo no podía prometer semejante barbaridad; De ganar, yo seria alcalde de Tegucigalpa, no de san marcos de colon, yo, seria incapaz de desviar fondos a otro sector que no fuese por el que pelee en el plebiscito; Pero bueno...
En esas breves charlas, también me entere que algunos primos, tíos, tíos abuelos y gente en general, vendrían del espino (nicaragua) a votar por Nora; cuando me contaban tal delito, se reían y alardeaban de la victoria que aun no llegaba, se les olvidaba que yo era el adversario mas fuerte de la Sra., que si yo quería, podía hundir las aspiraciones mezquinas de ese pueblo traidor y convertir la carrera de Nora en un simple escalofrió, tan fugaz como su honor. Tras el primer disimulo conversatorio, fui hacia donde estaba mi abuela, no paraba de llorar, esa imagen de fuerza y firmeza que siempre admire en ella se había esfumado, estaba ante mi una mujer insegura que maldecía al tiempo, al aire, a todo; no permitía que nadie la tocara, me ignoro; hizo bien, quien era yo para decir “lo siento” si no era cierto.
Me aleje del protocolo fúnebre, salí del cementerio y me dirigí a la casona, era una circunstancia singular la que me guiaba, pues mi mente (según recuerdo) no pensaba en nada, era la misma circunstancia que guía al borracho (sin saber como) hasta su casa.
Como dando condolencias volvía a romper el viento aquel sonido que desde el campanario de la iglesia invitaba a todos al dolor de la familia Sandoval. Llegue a la casona, esta se mostraba intacta y estricta como en mi infancia, su patio interior, cubierto, limpio y develado a la realidad por la luz oblicua de una mañana agonizante y femenina; Toda ella aun permanecía envuelta por una mezcla de aromas manipulado por las manos de una virgen escrupulosa que hasta el día anterior había dado pasos en sus entrañas.
Justo en el centro del jardín (como quien protege su hábitat) aun se encontraba el árbol que me encantaba trepar, sus ramas de mas de un siglo se alzaban como sosteniendo el cielo y sus raíces agrietaban las baldosas del enorme pasillo que rodeaba su esbelto y poderoso tronco senil. El enorme árbol (el cual bautice de chico con el nombre de “panchon”) solo daba frutos una vez al año, mi tía decía que eran papas, papas incomibles, que jamás debía probarlas pues eran venenosas, nunca supo explicar que efectos provocaban en el organismo y nunca dijo si en verdad había muerto alguien alguna vez; La orden era no comerlas, siempre le obedecí.
Distinto a lo que se puede creer, Él vació de la casona fue menos explicito al descubrirme imágenes bullentes. De importarme (no sé porque), solo la orden de no acercarme a “panchon” era de un inmensurable interés. El recuerdo de ese hecho talvez estaba únicamente presente si se considera la ignorancia pues esa estúpida orden me hizo dudar del origen de la papa (“era solo un niño”) e incubar por años un terrible rencor hacia mi tía. Ese rencor me hizo reaccionar de cierta manera particular; decidí trepar por “panchon” y buscar activamente el núcleo oscuro de mi obediencia ante esa mentira cruel que siempre limito mi intelecto a lo largo de toda mi vida.
Debía saber por mis propios ojos que eran los frutos venenosos que “panchon” hacia brotar solo una vez al año y así cerrar en definitivo aquel capitulo penoso de mi aprendizaje. Al llegar casi a la cima del enorme árbol, no encontré otra cosa que no fueran larvas, arañas e inmundicia de chorchas, sentí una ansiedad terrible, una traición subyacente y deformativa, un periodo intermedio entre la muerte y el deshecho de toda conexión.
¿Que paso después? No importa, fue hasta hoy que recordé con exactitud cuanto ansío conversar con mi tía. Lo cierto es que regrese a Tegucigalpa sin despedirme y sin intenciones de volver a san marcos para el novenario; me mantuve apático el resto de la campaña, Nora gano por un buen numero de votos, al final se convirtió en la alcaldesa del DC. La capital siguió siendo el asco que es, en cambio san marcos de colon tiene un hermoso boulevard con excelentes vías de acceso, también se pueden encontrar hermosas urbanizaciones y mayor población de simpatizantes al partido nacionalista; al final, convencido de lo que soy, me retire de la política.
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