Temí encontrarla, porque nunca quise perderte. Te busqué cuando otros de mi edad solo jugaban a perderse y desprender la tetera de la botella para disfrutar la leche a grandes sorbos. Nos presentó una mujer de cincuenta años y en pocos días, al despertar te tenía sin élla. Caminamos solos mucho tiempo, pero en la medida que descifraba tu código me sentía más acompañado, porque tu eres plural.

Crecí de tu mano y por tus senderos me alejé de tus enemigos. Cuesta caro defenderte, pero que maravilloso es avanzar entre tus amigos. Ellos, apenas, bosquejaron lo inmensa que eres y calmaron mi insaciable hambre de ti. Hoy, creo conocerte, al tiempo que admito que lo que desconozco de ti es lo más importante. Siento que me enredo al querer andar a la misma vez por tus entrecruzados caminos de luces.

Nunca fuí dónde pudiera mezclarte, porque no te intercambio. Parece cómo si temiera que pierdes al compararte, sin embargo, quién te perdería soy yo. Entre otras, sobresale tu estatura y se reafirma con impacto tu estructura propia. Tendría que vaciarme de ti para empezar a beberme otra. Sólo reacciono a tus sonidos e imposible sería “saborear” colores ajenos a ti. Me parecen falsos, esos gestos que acompañan otras expresiones e inadecuados los susurros de otras abejas.

Sentí tu esencia cuando descendí quinientos años, pero también palpé tu evolución, tu gracia y tu coherencia. En cada árbol y en cada rincón hay una clave que permite disfrutar lo contado en "El Lazarillo de Tormes". No veo cambios en tus andanzas, por eso no te negocio. Me empujan para que te pierda y ven como ridículo el que me aferre a tus raíces. Es que te quiero indisoluble y potable y ni por ósmosis acepto en ti una impureza.

Preferí admitir la caída hacia la “cultura cero” y cerrarme a compartirte, antes que ceder tus espacios a silbidos y chasquidos unísonos. !Qué orgullo lucir inculto por ti! Te quiero sola y compacta, en vez de concurrida y desintegrada. Anduve y andaré atado siempre a tu cuerpo diverso. Tienes lugares dónde debo subir y entonces deslizarme cuesta abajo, para luego y con serenidad acoplar con tu gracia. Eres mi universo, mi todo y si te pierdo volvería a desprender la tetera de la botella para tragarme la leche a grandes sorbos y nada más.