En veinte años era la primera vez que su cama mostraba un vacio, un hueco aún caliente que ni siquiera ahora se atrevía a ocupar. Trataba de alcanzar el sueño y la tranquilidad acariciando sus amoratados pechos, acariando un vientre que recordaba el dolor de las embestidas violentas, cerró los ojos en un intento de borrar para siempre esa mirada perdida y asustadiza que delataba el tormento interior de aquella que alguna vez fue bella.

Entre caricias quedó sumida en un produndo y placentero sueño. En veinte años era la primera vez que las manos de él susurraban en su cuerpo, sus labios acercaban a decir caricias al oido. Pero eran sus ojos los que mayor placer la provocaron, esos ojos la miraban con amor, la sonreían, por primera vez sus ojos se encontraban, al tiempo que sus cuerpos hacían lo propio.

A la mañana siguiente se desperezó, aún dolorida de la sesión nocturna que había disfrutado, sus mejillas sonrojadas hablaban por ella. Tomó un café con la ilusión de quien empieza. Cogió su bolso y sin prisas fue a entregarse a la comisaría mas cercana, esperaba clemencia, pero ya daba igual. Su mano se dirigió a su vientre, y despacio, muy despacio le susurro a su futuro hijo que le había engendrado en su primera noche de amor.