Después de tanto tiempo continuaba divagando sobre el mismo punto, tenía que decir adiós aunque sintiera que su corazón se desgarraba, finalmente, el destino había impuesto las reglas... Por fin se decidió aceptar que a veces por más que se vaya contra la corriente, las cosas terminan en su orden natural... Era inevitable sentir el aroma a derrota, todos los intentos por salvar la situación fueron en vano.

Lo miraba una y otra vez, se negaba a marcharse, caminaba de un lado a otro y se repetía a sí misma que tomaría el siguiente taxi para alejarse definitivamente, pero nuevamente no se atrevía. Él permanecía callado, meditabundo, no se inmutaba... ella mentalmente rogaba por su mirada, aquella que tenía el poder de detener el tiempo y bloquear todos los problemas, la misma que antes había solucionado todo... pero esta vez no llegó, él también sabía que ya no había nada que hacer.

Secando las lágrimas que caían sobre sus mejillas, con la voz temblorosa y la sensación de desvanecerse, se atrevió a decir “adiós”, él viendo como todo giraba a su alrededor, con el inmenso dolor que genera la imposibilidad de hacer o decir algo que pudiera evitar este momento de dolor, respondió asintiendo con la cabeza la despedida.

Cuando todo parecía acabarse, un rayo hizo temblar la noche oscura, la esquina en la que se encontraban quedó destruida, empezó a salir gente gritando de sus casas, muy lejos se escuchaba una sirena, todo era horror y desesperación, las personas corrían sin saber qué hacer, estupefactos no se explicaban cómo caía un rayo en una época de fuerte verano...

...sus cuerpos yacían sobre el suelo, inmóviles, uno junto al otro, tomados de la mano y con la plena seguridad de que se mantendrían así eternamente...